Opinión

Estrategias movedizas

El Instituto Español de Estudios Estratégicos (IEEE) del Centro de Estudios Superiores de la Defensa (CESEDEN) ha publicado su anual Panorama Estratégico 2019 que dirige con acierto desde hace dos décadas Felipe Sahagún, que sabe rodearse cada año de buenos especialistas en temas relacionados con la situación mundial.

Ya al introducir el estudio se pregunta Sahagún: ¿entrarán los EE.UU en una nueva recesión en 2019?; ¿sobrevivirá la presidencia de Donald Trump cada día más aislado?; ¿habrá finalmente brexit, negociado o caótico?;se podrá reconducir la guerra comercial con China?; ¿se reforzará el populismo más euroescéptico en las elecciones europeas de mayo?

Y, aunque previene –«son malos tiempos para hacer predicciones»–, lo hace apoyado en sus propias reflexiones y en las de su equipo y en el exhaustivo análisis de seis mil especialistas diplomáticos, universitarios y militares que resume el «Council on Foreign Relations» de Nueva York (Preventive Priorities Survey). Pero hoy, a pesar de las predicciones, constatamos que el centro de gravedad de nuestras preocupaciones estratégicas no está en el Mar de la China, sino que ha regresado al Golfo Pérsico. Basta un vistazo al mapa de la región: Irak y Kuwait al norte; no demasiado lejos de ellos, Siria e Israel más a occidente; presencia en la zona de Hizbulá, el movimiento patrocinado por Teherán; en su costa sur y oeste Qatar, Bahréim, Emiratos, Arabia Saudí y Omán y en la Este el propio Irán que extiende su costa hasta el Golfo de Omán. Otra vez el estrecho de Ormuz lugar de paso obligado para las grandes petroleras a pesar de los esfuerzos por canalizar mediante oleoductos la producción de los países árabes hacia los mercados europeos, por la zona del Mar Caspio. Y Teherán aunque este más cerca del Caspio que del Golfo, ha encontrado en Trump al «enemigo ideal» en su viejo pulso por sus programas nucleares, dejando obsoleta aquella foto de familia de los ministros de asuntos exteriores de ocho países –Irán, USA, China, Unión Europea, Francia, Alemania, Rusia, y Gran Bretaña– que firmaron el «Joint Comprehensive Plan of Action» en julio de 2015, que limitaba en tiempo y producción, los proyectos nucleares iraníes. Parecía relajarse una tensión de 35 años cuando a cambio de mejoras comerciales se decidía modernizar el reactor de agua pesada de Arak disminuyendo su capacidad de generar plutonio, se establecía el compromiso de emplear agua ligera en futuros proyectos, se rechazaba el reprocesamiento de combustible para obtener plutonio en el plazo de 15 años y se reducía a dos tercios durante otros diez el número de centrifugadoras para enriquecimiento de uranio, limitándose globalmente su producción a un tanto por ciento determinado durante quince años. En el fondo se quería «enfriar» una amenaza nuclear que parecía tener solo una componente militar en un país dotado de enormes reservas petrolíferas, no necesitado por tanto de alternativas fuentes nucleares para su industria civil. Pero para los aliados de Norteamérica –no olvidemos nunca a Israel– atentos a los compromisos incumplidos por Irán, la amenaza subsiste. Teherán dirá que no solo son ellos los que han incumplido y que muchos acuerdos comerciales no se han desarrollado, con grave perjuicio para su ciudadanía. Claramente acusa a la CIA y al Mosad de los montajes para crear tensión. Y alimenta la crisis, cuando Behruz Kamalvandi, portavoz de la Agencia de Energía Atómica Iraní (AEAI), declara: «Ya hemos incrementado nuestra producción de uranio en Natanz; a partir de hoy la cuenta atrás ha comenzado y el 27 de junio –hoy– nuestra producción de uranio habrá sobrepasado los 300 kilos». Sería la inicial medida anunciada por el presidente Hasan Rohani al cumplirse el primer año del adiós de EE.UU al acuerdo de 2015 y de la reintroducción de sanciones comerciales severas. Recientemente ante el embajador francés Philippe Thiébaud, Rohani lanzó un mensaje determinante: «Nuestra situación es crítica; el resto de firmantes tiene una oportunidad de jugar un rol histórico salvando el acuerdo de 2015». Claramente se dirigía a Europa. Pero si se tiene en cuenta que el volumen de transacciones comerciales europeas con Irán –20.000 millones de dólares– es muy inferior al que mantiene con los EE.UU –un billón–, la decisión europea no es fácil de tomar, máxime en tiempos en que aún no está determinada su estructura política tras las elecciones de mayo.

En resumen, asumiendo que el centro de gravedad de nuestras preocupaciones estratégicas se ha desplazado temporalmente, tampoco están tan alejadas las predicciones del Panorama: la crisis iraní puede llevarnos a un encarecimiento del petróleo y en consecuencia a otra recesión económica. Y la iniciada campaña de Trump para la reelección puede servirnos crisis como la actual. Lo triste es que podemos pagarla todos.