Opinión

La batalla de Navarra

Los nacionalistas vascos siguen empeñados en apoderarse del viejo Reino de Navarra. Su anexión al País Vasco era el sueño de Sabino Arana. Es, pues, esta una de las batallas políticas que viene de lejos –fue un punto rojo en la elaboración de la Constitución– y que se ha intensificado en los últimos tiempos. Paso a paso se pretende transformar la comunidad foral en un complemento o apéndice de Euskadi, con el fomento de su lengua y sus costumbres y con el asalto a sus instituciones de noble raigambre española. El rifirrafe del chupinazo, la víspera de San Fermín, por el empeño de los «abertzales» en izar la ikurriña, enseña vasca, en el balcón del Ayuntamiento de Pamplona, es una demostración gráfica de este endiablado propósito. Falta poco para que en esta histórica comunidad, si no hay quien lo remedie, las diferencias identitarias produzcan, como en la sociedad catalana, tensiones y enfrentamientos. Cualquier observador independiente se da cuenta del peligro. El rapto de Navarra por las fuerzas nacionalistas vascas empieza a ser ya un grave problema nacional.

No es, por tanto, tranquilizador que los socialistas se dispongan a ocupar el Gobierno de Navarra con Geroa Bai y Podemos y el apoyo de Bildu, mandando a la oposición a las fuerzas constitucionalistas, encabezadas por el partido foralista Unión del Pueblo Navarro, ganador de las elecciones, que incluso había ofrecido, a cambio, su apoyo a la investidura de Pedro Sánchez. Para muchos lo de Navarra es un hecho determinante de la trayectoria política del actual dirigente socialista. Sorprende que ante semejante desafuero no se hayan alzado voces de advertencia o disconformidad dentro del partido centenario, que presume de español en sus siglas. El hecho confirma que el aspirante a seguir en La Moncloa ha optado decididamente por las fuerzas supremacistas y disgregadoras y por las situadas fuera, en el borde o en contra de la Constitución. La querencia del PSOE hacia el nacionalismo en Cataluña, el País Vasco y, por lo que se ve, también en Navarra, es un vicio antiguo, difícil de erradicar, y una de las causas principales de la tradicional inestabilidad política de España. Pero esta vez se ha ido demasiado lejos. Lo de Navarra es mucho más que un inmenso error. Para muchos es un crimen. Es la comprobación manifiesta de que el socialista Pedro Sánchez, como muchos temían en su propio partido y fuera de él, no inspira ninguna confianza para dirigir, en tiempos tormentosos, los destinos de la nación.