Opinión

Carta de verano

Escribo desde el mar. Lo contemplo ahora desde la terraza mientras cae la tarde, una tarde plácida de julio, estrictamente azul. El azul marino se une amorosamente en la lejanía con el azul celeste. En lontananza se distingue la vela blanca de un velero. Debajo de la casa se oyen gritos y risas de niños que juegan en la hierba entre las palmeras. Muy de mañana el podador, un hombre menudo y cetrino, con extraordinaria agilidad, ha trepado por el tronco y ha cortado las palmas inútiles. Cortan el aire los vencejos. Ladra el perro de los americanos. La mujer de enfrente, recién llegada, una rubia de generosa melena, limpia en bañador, con gran soltura, las barras blancas de su terraza entre los estores.

La playa luce, como casi siempre, bandera verde. Ahí siguen, mañana y tarde, los europeos del norte, que todo el mundo conoce por «guiris», tostándose al sol y bebiendo cerveza barata en los chiringuitos. Hace unos días dos muchachos ingleses murieron aquí al lado al precipitarse mientras se hacían un selfi. ¡Maldita estupidez humana! La multitud de extranjeros convive pacíficamente con las huestes autóctonas, murcianas mayormente y de Madrid. Es una invasión pacífica de cuerpos gloriosos y otros, la mayoría, no tanto. No faltan orondas alemanas con las primas de riesgo al aire.

Entre las sombrillas suenan lenguas indescifrables. Las orillas del Mediterráneo se han convertido en un compendio del universo. Esto sí que es globalización. La corriente turística del norte se mezcla en la playa –iba a decir que choca– con la corriente humana del sur. Los subsaharianos y los de las pateras que no ha muerto en el mar tratan de sobrevivir vendiendo sus mercancías. Los africanos, en un trasiego constante entre los bañistas, ofrecen sus productos de imitación: bolsos, gafas de sol, relojes, gorras, camisetas...Pasan los marroquíes cargados de mantas y toallas. Vienen las gitanas con pareos de colores. La gitana mayor vocea su fruta –piña, coco, rajas de sandía...– en inglés macarrónico. Llegan silenciosas las jóvenes chinas ofreciendo su servicio de masaje a veinte euros sobre la arena caliente... Chocan aquí a la luz del sol dos mundos que están a una distancia sideral. Este brutal contraste explica la razón de las grandes corrientes migratorias.

Cae la tarde por su propio peso. El sol se pone sobre la tierra firme. Ladran más perros. Se ha ido apagando la risa de los niños. Mañana será otro día, y el sol volverá a salir para todos, según su costumbre, por el mar como una llamarada.