Opinión
El pacto de la desconfianza
Es aún aventurado adelantar el resultado. La partida no ha terminado. La última jugada del líder de Podemos, echándose a un lado, ha desconcertado a los estrategas de La Moncloa. No se lo esperaban. Ahora les toca jugar a ellos. La carta que se han sacado de la manga es el programa. «Primero el programa!», dicen. O sea, responder a la pregunta: Gobierno de coalición ¿para qué? Los responsables de llevarlo a cabo se decidirán más tarde, después de superada la investidura. El caso es que tanto en el programa como en los nombramientos pueden surgir dificultades. En el primer caso la sombra de Cataluña es alargada. Y llega la sentencia con sus consecuencias. En cuanto a la política económica, Bruselas y los mercados van a estar vigilantes. La aventura progresista tiene sus límites marcados. Socialistas y podemitas no aceptan de la misma manera el sistema constitucional de la Monarquía parlamentaria y un largo etcétera. El presidente del Gobierno, con razón, quiere tener las manos libres para nombrar a sus ministros. No puede haber topos ni fisuras en la mesa del Consejo. Y Podemos no se fía. Exige el reparto de poder por adelantado y que se corresponda con los votos, no con los escaños obtenidos por cada partido el pasado 28-A. Aspira así a más de un tercio de los sillones ministeriales y a proponer los candidatos.
Es la primera experiencia de un Gobierno de coalición en España desde la Transición. Y es, si al final cuaja, el primer Gobierno de coalición de izquierdas desde la República, de no gratos recuerdos. Pedro Sánchez ha venido negándose hasta el final a la coalición con Podemos por considerarla de alto riesgo. No estaba descaminado en esto. Estamos ante una aventura de efectos políticos imprevisibles, puede que demoledores, para el porvenir de la izquierda en España. No se sabe quién se comerá a quién. Está bien traído en este caso el pacto de la rana y el escorpión para cruzar el río. El presidente interino se ha visto forzado a ceder para salvar la investidura de la semana que viene, que es su principal objetivo desde el principio de las conversaciones con los morados. Ha cedido ante la dureza negociadora de Pablo Iglesias, que le ha hecho lo más parecido a una encerrona, quitándose él tácticamente del medio en el último minuto, no sin sugerir que el que está bloqueando la situación política, el que debía hacerse a un lado, es Pedro Sánchez. El veto personal de éste al líder de Podemos abría el camino de las urnas culpando a Iglesias y, de paso, a Albert Rivera y a Pablo Casado, de la repetición de las elecciones. Pero la maniobra le ha salido mal.
Vamos al pacto de la desconfianza mutua. En uno y otro bando se alzan poderosas voces a favor y en contra de semejante gatuperio. A la vista de los manifiestos de los abajofirmantes, la «coalición progresista» entusiasma a los comunistas y es vista con recelo por socialdemócratas y liberales de izquierda. ¿Quién puede adivinar cómo acabará este culebrón del verano, más enrevesado y mucho menos divertido que el de la Pantoja? En el caso de que acaben firmando el pacto y se hagan la foto sonriendo, que, como digo, está por ver, todo dependerá del sentido de voto que finalmente pulsen Esquerra Republicana de Cataluña y de Bildu, su socio. O sea, de Gabriel Rufián y de Arnaldo Otegi. En esas manos estamos. Son, con el Partido Nacionalista Vasco, que siempre está a la que salta, los más interesados en que cuaje este «gobierno de progreso», o como se llame, presidido por Pedro Sánchez. Son, al parecer, los que más confían en él, los únicos. A la vista de todo lo dicho, lo más complicado no es, con ser mucho, salvar la investidura sino salvar el Gobierno.
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