Opinión

La balada del escorpión

Entre las pasadas elecciones generales y autonómicas transcurrió un mes. Tiempo de sobra para tratar de urdir algún tipo de mayoría parlamentaria. Nadie pió mientras los partidos daban por bueno el paréntesis y España amanecía a diario con diapasón belga, sin gobierno y a merced de las hidras supremacistas. La atonía tiene mucho que ver con la insólita circunstancia de que descontado el golpismo que representa ERC, al alza, el resto de formaciones malvive en picado. Unidas Podemas pierde un millón de votos en cada nueva convocatoria. El «sorpasso» de Albert Rivera sólo existe en su imaginación libertas. El PP viene del guantazo más prodigioso desde los días arrolladores de Felipe González, aunque en honor de Pablo Casado cabe añadir que logró sobreponerse a la maldición de Rajoy, que aspiraba a despojar el partido de cualquier residuo ideológico al tiempo que saludaba la deriva catalana con una desesperante sobredosis de pereza. Finalmente el PSOE navega a merced de un trilero, Pedro Sánchez, obsesionado con la gloria personal y, sobre todo, con masacrar a sus supuestos odiadores, conjurados para negar las excelsas virtudes del Líder Supremo. 90 días después del 28 de abril hubo por fin negociaciones, pero el fracaso debiera de inaugurar la nueva ronda de contactos, con los palanganeros del señor Sánchez reunidos junto a la oposición desde el minuto cero de la fallida investidura. No será así y veremos un agosto de titulares detritus y políticos en bermudas. Hasta que arrecie septiembre y los asesores y áulicos del gran fraude susurren a su oído los próximos saltos mortales. Que tendrán muy poco que ver con el interés general y todo con sus delirios. Sustentados en el grado cero de los escrúpulos morales, un sectarismo acorazado y un ansia viva por transformar el ruedo ibérico en un ágora de odios al servicio exclusivo de su pútrido narcisismo. En los próximos días los españoles veremos prodigios. Unidas Podemas catará las delicias de la apisonadora mediática, toda vez que el supremo líder, que malbarató el 15-M, sea tachado de aliado de la ultra extrema derecha. No seré yo quien llore: la peor izquierda europea, la más reaccionaria, traidora a la nación de ciudadanos y cómplice de todos los identitarismo imaginables, merece desintegrarse. Lástima que el precio a pagar consista en la idealización de un populista tan siniestro como Iñigo Errejón, que viniendo del peronismo laclauniano y las mesiánicas aspiraciones bolivarianas podría aparcar en trepa orgánico del sanchismo, y no sería lo peor que podría ocurrirnos. En cuanto al PP y Ciudadanos no recibirán jamás la gracia de una oferta a cambio de su abstención por cuanto a Sánchez sólo le sirven como combustible fósil con el que avivar el odio. Escuchen a Carmen Calvo y, más allá de sus evidentes disonancias cognitivas, atiendan al tratamiento que les dispensa. En sus mensajes late un núcleo irradiador de náuseas, un centro atómico de bilis, que imposibilita cualquier contacto. Los aliados naturales del sanchismo están en las aldeas kkk del nacionalismo periférico, entre los sucesores del terrorismo etarra y los ideólogos del ataque combinado y centrífugo contra el Estado. Ahora, los nacionalistas harían bien en no fiarse. Como me dijo el otro día un histórico del PSOE, «si Sánchez considerase que le beneficia electoralmente retomaría el 155. Y hasta sería capaz de sacar los tanques». En la naturaleza del escorpión está envenenar a los suyos. Sánchez vive de conjugar el yo, mi, me, conmigo. Que ataque a los xenófobos o incendie el constitucionalismo apenas dependerá de las encuestas.