Opinión

Poesía en el parque

En la puerta del Casino Amistad Numancia de Soria, bajo los soportales de la calle del Collado, donde vivió Antonio Machado con Leonor, está sentado en estatua de cuerpo entero Gerardo Diego. Allí, en el viejo salón semivacío quedé a tomar café y a hablar «un ratillo», como él dice, con Fermín Herrero, seguramente el mejor poeta castellano de estos tiempos.

Los dos venimos de las Tierras Altas, a un lado y otro de la sierra de Oncala. Era imposible que no saliera a relucir el problema de la despoblación y el mezquino aprovechamiento que hacen de este drama rural unos cuantos escritores y poetas mediocres y advenedizos, siempre los mismos, que acaparan invitaciones y visibilidad. Herrero me regaló «Microclimas», un precioso libro de fotografías antiguas en blanco y negro de Ramón Siscart, esmaltadas con breves poemas cortos suyos. En él se recogen las imágenes de las personas y los objetos del alfoz sentimental del autor, los despojos de un mundo que desaparece. No faltan sus padres. «Están los dos ancianos / ante las rosas blancas. / El aroma del tiempo / se recoge en sus ojos».

Después, al caer la tarde soriana, con ciercera de agosto, Fermín Herrero presentó en la Dehesa, bautizada como Alameda de Cervantes, a los dos poetas ganadores «ex aequo» del Hiperión: el andaluz Carlos Catena por «Los días hábiles» y la castellana Maribel Andrés Llanero por «Autobús de Fermoselle». Allí bajo los árboles del parque, sentadas en sillas de madera, docenas de personas seguimos con no poca emoción el recitado de los poemas por sus jóvenes autores.

El cortante viento frío que venía a destiempo de la Cebollera no movió a nadie de sus asientos. A mí me llegó más adentro la poesía de Maribel Andrés, seguramente porque zarandeó la memoria de mi infancia en el pueblo. Este recital poético coronaba «Expoesía», una intensa semana de poesía «para un tiempo nuevo» que ha tenido lugar en Soria en el corazón del verano.

En el parque florecieron esos días docenas de casetas con libros, una imagen que contrasta con la de la España turística y playera, tan vacía de contenido. Ésta es la otra España, la España despoblaba y silenciosa, que se agarra a la cultura como tabla de salvación. Raro es el pueblo, por muy vaciado que esté durante el año, que no organice en verano, por medio de sus asociaciones, interesantes actos culturales. Conviene dejar constancia de ello. Dice Fermín Herrero en un brevísimo poema: «Sólo dos rosas, mínimas, pero de las antiguas. Huelen de verdad». Pues eso.