Opinión

Barcelona es el Bronx

La manga ancha se ha vuelto un embudo de inseguridad difícil de tragar para una ciudad cosmopolita como Barcelona. La herencia de Carmena en Madrid, además del sabor de las magdalenas caducadas, ha sido el miedo desmayado en algunas esquinas del centro, se entra por algunos barrios en los que las carteras se ajustan al cuerpo y las narices vomitan olor a orín reciente y recalentado. Al nuevo alcalde le va a costar más trabajo recomponer la geografía que releer la biografía de Churchill.

La de Colau y la Generalitat de los pasos perdidos en el independentismo es el fin de la reputación de una de las ciudades más reconocidas en el mundo. Los lazos deberían servir par echarle el guante a los criminales en vez de ejercer de estampitas para la Virgen de agosto y los santos que han de venir. Los Mossos, tan delicados para asuntos de tocador de señoras como Colau, estarán más pendientes de su mundo paralelo en el que Torra mantiene un reloj intacto en la muñeca, artilugio que no se acaba de poner en hora.

Barcelona siempre ha tenido su espejo canalla en el que las putas y los rateros se pintaban los labios fuera de las comisuras. Por allí se sentía la emoción prohibida apta para un enclenque.

Las noticias que llegan ahora son más de Harlem en los viejos tiempos que de las Ramblas cuando las retrataba Vázquez Montalbán o Nazario en plan travesti radical. En la capital de la República baladí hay empresas de reparto que echan el freno en la frontera apache antes de que un fulano les reviente el furgón, y eso, más que contracultura y ajoblanco es vergüenza en vena. Lo importante era cargarse a los Reyes, a los magos, y en ese descuido han florecido trileros con pistola. La calle ya es anarquía y narcoladrillo, el edén prometido.