Opinión
Marcha lenta
Un matrimonio de octogenarios, Caty 79 años y Juan Antonio 85, sorianos de pura cepa, emprendieron el miércoles a pie el camino de Soria a Aranda de Duero. Ellos no tienen coche. Les esperan 115 kilómetros andando. Se unen así a la marcha lenta de automóviles que tendrá lugar el domingo, 25, desde Soria y desde Peñafiel en Valladolid, que confluirá en la plaza de Aranda, donde se leerá un manifiesto y se celebrará una comida de hermandad. Es una iniciativa promovida por plataformas de las tres provincias castellanas, entre las que destaca «Soria, ¡YA!». La caravana de coches por la N-122 irá al mismo ritmo que las obras de la autovía del Duero, la A-11: por la carretera circularán a cincuenta kilómetros por hora, y por los tramos de autovía, a sesenta.
Esta autovía, fundamental para vertebrar y dar vida a Castilla, lleva veintiséis años de obras y sin trazas de terminarse en un tiempo previsible. Cuando se iniciaron los trabajos, hace algo más de un cuarto de siglo, los ancianos Caty y Juan Antonio, que mientras escribo van, como digo, pasito a pasito, de camino, estaban en la flor de la madurez y España, en obras. Eran tiempos esperanzadores y los políticos aún tenían buena fama entre el pueblo.
Esta marcha lenta es una metáfora del retraso de la España interior, donde hace tiempo que se han parado los relojes. El escandaloso retraso de las obras de la autovía del Duero es una demostración clamorosa del abandono sufrido por el mundo rural. Un dato significativo, uno más, que explica la tremenda quiebra demográfica que padece el país y que amenaza con desvertebrarlo. (Para qué hablar, en el caso de Soria, del «prehistórico» servicio ferroviario). Los poderes públicos han estado, desde la llegada de la democracia, más atentos a las exigencias de la España superpoblada de la periferia, por estrambóticas que fueran, que a las necesidades razonables de esta España interior, abandonada a su suerte. Y así seguimos.
Las obras se eternizan, se cierran las escuelas, la casa del médico y el cuartel de la Guardia Civil, los trenes llegan con retraso, enmudecen las campanas, la población disminuye y envejece y se mueren los pueblos en silencio. Unas buenas comunicaciones –trenes, autovías, banda ancha de Internet...– no resuelven por sí solas el desamparo y la decadencia, pero sin ellas no habrá progreso. El desequilibrio demográfico y el drama de la despoblación son hoy cuestión de Estado. Por eso, la marcha lenta del domingo. Y por eso esa pareja de ancianos que se han echado al camino exigiendo futuro para su tierra desolada.
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