Opinión

La semilla del Estado

Pocas metáforas políticas hay en la historia de la humanidad más fructíferas, valga la redundancia, que la del sembrador que planta semillas y las hace germinar, cuidando luego del cultivo hasta recolectar su fruto. Es esta una idea que obviamente se implanta entre nosotros desde el Neolítico, la época quizá más importante y también aun más desconocida de la experiencia humana sobre este mundo: la del cuidado de la comunidad política y su bienestar como una planta, desde la semilla al fruto, siendo un antiguo y fecundo símil para transmitir la importancia de la paciencia y de los cuidados técnicos a la hora de la conducción de los asuntos públicos. Hace 10.000 años se produjo la enorme revolución del cultivo, en medio de un calentamiento global del planeta tras la era del frío, que llevó a los asentamientos más populosos y al despegue demográfico gracias al desarrollo, seguramente en una poligénesis en diversos centros desde China, Mesopotamia o América, del cultivo de diversas variedades vegetales para la alimentación humana. Con la agricultura vino la ciudad y también la política como organización compleja para la convivencia, con reglas y jerarquías. Así lo estudia Jean-Paul Demoule en su libro sobre el Neolítico «Les dix millénaires oubliés qui ont fait l’histoire. Quand on inventa l’agriculture, la guerre et les chefs» (2017), que da cuenta de este punto de inicio de nuestra historia política pues, ciertamente, no solo llegó el desarrollo de la complejidad social humana sino también sus problemas, violencias, desigualdades y tensiones.

No es difícil sondear la antigüedad y a la vez la vigencia de esta comparación literaria y política, que hunde sus raíces en las primeras civilizaciones del Creciente Fértil, a la sombra de los templos y palacios en torno a los cuales se articulaba la actividad política, en ciudades como Uruk o Lagash. Política y religión, nunca está de más recordarlo, estaban entrelazadas y buena muestra es la metáfora del sembrador, dios, sacerdote o rey. De esa época vienen los mitos de agricultura, el «camino de la tierra sembrada», que dice Joseph Campbell, mitos que hablan del poder insondable de la Madre tierra nutricia y de un Hijo o Esposo suyo que muere y resucita, merced a cierto proceso misterioso, como las espigas en el pan y la uva en el vino.

En los «Vortrage und Aufsätze» de 1954 que Martin Heidegger dedicó a tratar la cuestión de la técnica, se alude a la metáfora del sembrar y cultivar, «techne» antigua y opuesta a la moderna que es, para el filósofo, «un modo del hacer salir de lo oculto», como, en su influyente interpretación de los presocráticos, era el «desocultar» de la búsqueda de la verdad («alethei» : lo «no-oculto» o «no-olvidado»). De ahí el énfasis en el estudio de la naturaleza física, «physis», del verbo griego «phyo», el «brotar» de las plantas. La técnica del sembrador «entrega la sementera a las fuerzas del crecimiento y cobija su prosperar» y sabe ver, cuidar y esperar con paciencia.

Antes que Heidegger los griegos fueron ciertamente conscientes de esa dimensión interpretativa y Platón habla de un divino «sembrador» («phytourgos»), con una dimensión metafórica, como pieza clave entre el mundo inteligible y el mundo sensible. Los tipos de «hacer» en la «República» incluyen a Dios, a este artesano y al poeta y destaca la idea de aquel que siembra la esencia o sustancia de algo como artesano arquetípico. Lo característico de este sembrador es crear la realidad natural (Rep. 596c). Este divino artesano, sea «fiturgo» o demiurgo, creará «todo cuanto antes no existía, a saber, todos los animales mortales, las plantas que crecen sobre la tierra a partir de semilla y raíces» (Soph. 265c) como en un proceso agrícola. Este también lo recoge la dialéctica platónica en la educación o en el buen gobierno con ideas que «se plantan y se siembran» en un alma y «discursos capaces de defenderse a sí mismos y a su sembrador, que no son estériles, sino que tienen una simiente» que germina para «transmitir siempre esa semilla de un modo inmortal» (Phdr. 276e-277a).

También los tres Evangelios sinópticos presentan, de forma emblemática en conjunto, la parábola del sembrador, heredada del antiguo Israel, junto al viñador o agricultor. El sembrador es Dios o el Hijo de Dios, la semilla es la palabra del reino (Mt 13.19, Mc 4.14, Lc 8.11) y los diversos tipos de terreno las cualidades de quienes la reciben y la manera de hacerlo. En la posteridad hay numerosos ejemplos en la política de las edades media y moderna, hasta llegar al mundo contemporáneo. Un trabajo del politólogo A.E. Kappler (2015) examina el nacionalismo venezolano en centros productivos rurales como «la siembra del estado», mostrando la actualidad de esta vieja metáfora en momentos tan complicados –y, paradójicamente, de hambre– como los que vive este país.