Opinión
Vísperas catalanas
No es la primera vez que recurro a este expresivo título de «Vísperas catalanas» cuando entramos en septiembre y se observa el ajetreo de los que preparan la «Diada». Es verdad que parece exagerado relacionar esta festiva y agitadora movilización de masas del día 11 de Septiembre, con las terribles vísperas sicilianas de 1282 en las que una matanza de franceses en Sicilia acabó con el reinado de Carlos de Anjou en beneficio de la Corona de Aragón. En este caso aún no ha llegado la sangre al río, pero, aunque sea de forma simbólica, las hoces de «Els Segadors» brillan al sol en las manos y en las gargantas de los manifestantes. Cada septiembre se repite la historia, en el arranque del curso político, como en los campos labrados, con la tierra en sazón, se inicia otra vez la sementera siguiendo el inexorable ciclo de las estaciones. Este año la «Diada» estará dominada por la situación de los políticos presos. Desde la calle se hará presión, sin esperanza, sobre los jueces del Tribunal Supremo, que a estas alturas ya tienen pergeñada la sentencia. En Cataluña siempre son vísperas de algo. No se sabe bien de qué. Parece que los responsables políticos de la revuelta llegan este año más divididos que nunca sobre el camino a seguir. Pero hay pocas dudas de que estamos en vísperas de la cólera y el ruido. Y luego ¿qué? De un año a esta parte, el separatismo ha bajado ligeramente de nivel, según las encuestas, y hasta obispos señalados por su apoyo descarado a la secesión empiezan a reconocer la necesidad de que la Iglesia catalana ejerza un papel mediador y reconciliador entre unionistas y separatistas. Algunos obispos, como los tibios del Evangelio, están pasando del activismo a la equidistancia, pero saben que pisan sobre ascuas. El soberanismo sigue dominando el ambiente y los resortes. El Gobierno de la nación, mientras tanto, continúa en funciones y como ausente de todo lo que no sea la conquista del poder.
En estas nuevas vísperas, Cataluña sigue esperando contra toda esperanza. En esto estamos donde estábamos. En 1907 Joan Maragall le escribía a Unamuno: «He aquí todo el secreto. Este es también el secreto de la fuerza de Cataluña. Es un pueblo que espera. Tiene todos los defectos y todos los excesos que usted dice, y muchos más, pero espera; y esta es toda su fuerza». Pero, si es verdad que la unión hace la fuerza, hoy Cataluña es un pueblo desunido y débil. Las falsas esperanzas conducen a la frustración y al desbarajuste. Estamos en vísperas.
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