Opinión

Unas cuantas incógnitas

En días como hoy, no hay más remedio que hablar de política. La vuelta a las urnas, después del atracón de primavera, por cuarta vez en cuatro años, produce indignación en la calle. Aunque parezca increíble, hoy se habla tanto de política como de fútbol. Para despotricar, claro. La gente que no es militante mete a todos los políticos en el mismo saco. Se siente defraudada por el fracaso de la legislatura. La primera consecuencia del cabreo es un descenso notable de la intención de voto. La primera incógnita, pues, para saber lo que pasará el 10 de Noviembre, está en adivinar el nivel de la abstención, si se mantendrá el desaire hasta el final y a quién perjudicará más. Los primeros indicios apuntan a que será alta y a que afectará más a la izquierda y al electorado joven que a la derecha.

Desde el momento del cerrojazo a la legislatura, se ha visto que el primer eje de la campaña consiste en convencer a los votantes de que son los otros los que tienen la culpa del fracaso. Nadie está libre de decir sandeces, pero lo grave, como dice Montaigne, es decirlas enfáticamente. Pedro Sánchez, utilizando incluso las instituciones del Estado, echa en cara a Iglesias, Rivera y Casado, con altanería y mucho énfasis, su falta de responsabilidad por no apoyarle a él, que ha sido el más votado, y los tres proclaman que el verdadero culpable, el gran fracasado, es Sánchez, el candidato más rechazado de la historia de la democracia. Es más, le acusan, también con énfasis, de que con él no hay solución, porque él es precisamente el problema, la causa del bloqueo político que sufre España. De cómo se resuelva la incógnita de la culpabilidad en el ánimo de los votantes dependerá en gran parte el resultado de los nuevos comicios.

La tercera incógnita es el alcance de los movimientos, tanto en la derecha como en la izquierda, de aquí al 10-N. El PSOE y el PP pretenden refluir tácticamente hacia el centro. Esta vez parece que se lleva la moderación. Ya veremos. El más amenazado es Cs, que se muestra como gallo de pelea, pero sin espolones, que ya ha perdido algunas plumas, y con Valls al acecho. Otra variación no desdeñable respecto a las últimas elecciones es ahora la tendencia de la derecha a reagruparse –con «España suma», sin ir más lejos– y la izquierda, a disgregarse, tras el fracaso del pacto y la amenaza de Errejón. En abril ocurría todo lo contrario.