Opinión
Celaá mudita
Los periodistas profesamos una admiración cercana a lo religioso por Celaá, la ministra portavoz, por los deberes que nos pone los viernes para resolver sus jeroglíficos lingüísticos. Celaá habla de perfil como una reina egipcia y ofrece el vino de los dioses y unas collejas si no se entiende lo que ha querido expresar. Lo tendrá difícil hoy después de que la Junta Electoral Central haya prohibido que use el atril de Moncloa para arengar a la masas y que voten a Pedro Sánchez, que es hacerlo a ella en diferido.
Tendrá que aprender de Harpo, el mudo de los hermanos Marx. Una campanita o un cencerro para decir si está o no de acuerdo con la preguntas que se le formule. El día que Harpo habló temblaron las aceras de Hollywood: «He tocado el piano en una casa de putas, hablo con el acento de la calle 93 Este de Nueva York», dejó escrito en su libro de memorias. Celaá luce ribete estilístico de Neguri, lengua recia con el soniquete de la profesora de Literatura enredada en una sintaxis mistérica, seguramente de tanto leer: «Espero que ustedes, nosotros y nosotras, ustedes y ellos pasen un buen día». Sublime aquella despedida inclusiva. Como aseveró Chapu Apaolaza, especialista en desentrañar el traductor simultáneo de la ministra, Celaá sería musa de Verlaine, Mallarmé y de otros poetas malditos. Los viernes no son ya el prólogo del fin de semana de Donna Summers, sino la pista de baile del idioma.
Hoy le preguntarán por Franco, la inminente sentencia del procés, el desfile del día de la Hispanidad, la idea de su jefe de desbloquear la formación de un Gobierno con un plus para el ganador, en fin, y veremos cómo se las ingenia para cumplir con escrúpulo la ley sin saltarse la línea y le canten bingo. Veremos cómo se las ingenia para ser Greta Garbo antes de «Ninotchka».
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