Opinión

Locos

Hay enfermedades que se padecen dos veces, porque a los sufrimientos intrínsecos se suma el estigma social. Los enfermos de sida lo saben bien, o los que tienen males venéreos, pero también los pacientes psiquiátricos, que se ocultan como si tuviesen culpa o fuesen peligrosos para la sociedad. Esta semana ha sido el Día Internacional de la Salud Mental y me pregunto por qué un bipolar, un depresivo, un esquizofrénico o un obsesivo compulsivo tienen que disimular y mentir. Por qué han de temer el paro o el ostracismo si confiesan su mal.

Se supone que la diferencia es un bien. Que nadie debe avergonzarse de su identidad sexual, su aspecto físico, raza o procedencia social. ¿Por qué, entonces, tan doloroso estigma, tan triste caverna?

Se ha disparado el consumo de antidepresivos, benzodiacepinas, ansiolíticos o antipsicóticos, pero nadie confiesa tomarlos. Es como «Sálvame», que todos ven, pero todos niegan ver. Los chavales hiperactivos o con dificultades de atención son cada vez más. Y, sin embargo, sigue el ocultamiento.

A lo mejor llega un Día Internacional de la Salud Mental en que, confesando nuestra limitación mental, podamos beneficiarnos de la experiencia del que está al lado y padece lo mismo que nosotros. En que nos relajemos sabiendo que también el otro necesita pastillas. En que sepamos que no somos raros por padecer psiquiátricamente. Que no es distinto del que se pincha insulina para la diabetes o toma antihipertensivos. Que la palabra «loco» hace tiempo que debería haber desaparecido de nuestro vocabulario.