Opinión

Divisiones

Los años 20 del siglo XXI, que ya asoman por el calendario, también parece que serán locos, a su manera, como los del siglo XX, cuando Europa pretendió dejar atrás la brutalidad de la I Guerra Mundial y tomarse un respiro. Pero esta locura es diferente, y asusta por lo que tiene, no de frivolidad y hambre de diversión, que serían lógicas después de una durísima recesión cuyas consecuencias aún no nos han abandonado del todo, sino por sus inquietantes ribetes de irracionalidad pública, irreflexión temeraria colectiva e incluso patología social. Hay quienes acusan interesadamente a la política, y a los políticos, de intentar que la justicia resuelva los conflictos que pertenecen al ámbito del Congreso de los diputados, apuntando claramente a que existe una confusión entre poderes –legislativo, ejecutivo y judicial–, y ofreciendo así una imagen que trata de minar la salud y la reputación internacional de la democracia española. Un juego muy arriesgado y falsario cuyas consecuencias no calibran quienes lo practican (o sí…). La sentencia judicial sobre el proceso catalán es un claro síntoma de cómo –y aquí repito algo que escribí hace muchos años– en España nos las hemos arreglado para que sean los problemas los encargados de buscar una solución. La famosa sentencia no ha conformado a nadie. Pero tampoco la ley, en general, agrada siempre a todos, y la unanimidad, que se da en un grupo de personas que tienen las mismas opiniones y sentimientos sobre algo, en general se practica poco, excepto en altos tribunales españoles o grupos políticos muy entusiastas. Si bien la unanimidad del Tribunal Supremo no ha servido para obtener a cambio la unanimidad de una opinión pública que se encuentra profundamente dividida y que no halla consuelo ni en la política ni en la justicia. Una sociedad víctima del «divide et impera» clásico. En ciencias de la computación, existe un paradigma para diseñar algoritmos que dice que los problemas se resuelven más fácilmente dividiéndolos en dos o más subproblemas del mismo tipo. Justo lo contrario de lo que ocurre, no solo en ciencias sociales, sino en la vida misma, en el curso de la historia: que cuando un solo problema –España: identidad y recesión– se divide en otros problemas –Cataluña, País Vasco, recesión, identidad…– la solución se complica por momentos.