Opinión

Las otras barricadas

Hay barricadas más peligrosas que las de la «rosa del fuego», que se ha abierto amenazante en la noche barcelonesa. La estampa de los contenedores ardiendo y la barbarie desatada se retira pacientemente al alba y los servicios de limpieza se encargan de dejar las calles limpias, como si nada. Las huellas que quedan en el asfalto, con los adoquines levantados, sirven para hacerse selfies de recuerdo a la mañana siguiente y para respirar aún en el aire el humo del enfrentamiento. Las inquietantes imágenes –videos y fotos– quedan, eso sí, imborrables para la posteridad. Emborronan para mucho tiempo, fuera y dentro, la imagen amable, acogedora y segura de Cataluña. Y eso tiene un coste. Esta barricada invisible es mucho más difícil de eliminar. Pero hay otras barricadas aún peores: las que se han levantado estos días, o, mejor, estas noches del odio y de la rabia, en el corazón de unos y de otros. Estas trincheras invisibles han servido, o están sirviendo, para separar más a unos catalanes de otros y a unos españoles de otros españoles. Me refiero, en este último caso, a los fanáticos de la independencia y a los defensores de la unidad a machamartillo. Incluso ha fomentado las diferencias entre los distintos bandos soberanistas. Y no hay más que verlo: se ha alzado una barricada intransitable entre el Gobierno de España y la Generalidad de Cataluña. Pedro Sánchez ni siquiera le coge el teléfono al desahuciado Quin Torra.

Queda además la impresión de que lo sucedido en las calles de Barcelona ha devuelto la crisis catalana al centro de la campaña electoral. Me parece que muchos electores han tomado nota de lo que veían cada noche en los televisores cuando volvían a casa después de un duro día de trabajo. Y la actuación del Gobierno, que ha aparecido desbordado por los acontecimientos, no les ha inspirado mucha confianza. Si, al final, cae el Gobierno socialista en las elecciones del 10 de Noviembre, lo que, por primera vez, no es descartable según la tendencia de las encuestas, será por su política errante en Cataluña, y, en general, con los nacionalistas catalanes y vascos, y porque inspira poca seguridad. Es el punto débil que están atacando los políticos de la oposición. En tiempos de barricadas y desórdenes públicos, la ley y el orden cotizan al alza entre la gente de la calle. La firmeza de convicciones y actuaciones –salvo su obcecado «no es no»– no es la característica más reconocible del presidente Sánchez (en funciones).