Opinión

El abrazo

El abrazo de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias quedará como una de las imágenes del año. Puede que incluso figure en los libros cuando se escriba la historia de este tiempo. Contrasta con la estampa que ofrece la clase política española en lo que va de siglo, caracterizada por los insultos, las zancadillas y las puñaladas traperas. Eso es lo que han hecho hasta ahora ellos mismos. En principio, este gesto afectuoso, casi amoroso, aunque parezca a todas luces desmayado, torpe y visiblemente afectado, casi ridículo, podría considerarse un avance en busca de la convivencia civilizada, que tanta falta hace aquí, y una prueba de la reconciliación definitiva de socialistas y comunistas en España. Sería sin duda así si no fuera porque este abrazo de Pedro y Pablo –el empeñado en abrazar, el que lo busca y lo fuerza, es Pablo, el seductor– tiene toda la pinta de ser un gesto teatral y falso, fruto del ansia de poder y producto de la debilidad de uno y otro.

Este abrazo no es, desde luego, un puente entre dos almas. Ni un combate cuerpo a cuerpo. Ni la firme coronación de un trato justo. Cuando las gentes del pueblo hacen un trato, no se abrazan, que parecería una cursilada sospechosa, ni siquiera firman papeles en las que expresan sus intenciones, que sería clara señal de desconfianza mutua. Basta con estrecharse fuertemente la mano. Así se han hecho siempre los tratos, según tengo visto, en los mercados y ferias de Castilla.

Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, malparados en las urnas, han hecho de la debilidad, virtud. Este es el abrazo de la necesidad. No es consecuencia de la correlación de fuerzas, sino, como dijo Vázquez Montalbán en parecida ocasión, es consecuencia de la correlación de debilidades. Los dos necesitan agarrarse al poder como las garrapatas a la carne. Es el abrazo de las garrapatas. Si al final estos toman el poder, aunque sea por los pelos, va a costar Dios y ayuda que lo suelten. Viven de eso. A mí, viendo la histórica foto del martes 12 de noviembre –¡ha tenido que ser por San Martín!–, me recuerda, sobre todo, la imagen de los boxeadores que se abrazan junto a las cuerdas para no caerse a la lona cuando ya no pueden más; los dos púgiles están desfigurados y medio muertos, mientras los aficionados les jalean y les exigen la victoria. «El Roto» lo ha expresado con su genialidad característica: «Parecía que se abrazaban, pero era para no caerse».