Opinión
Otra vida por vivir
Acabo de leer «Otra vida por vivir», de Theodor Kallifatides. Cuenta su peripecia personal. Emigró de Grecia a Suecia cuando era joven, se aclimató allí, formó una familia y ha escrito durante más de medio siglo toda su ingente obra literaria en sueco. Ya mayor, regresa a su pueblo, donde todo ha cambiado. «Yo quería –confiesa– que todo siguiera siendo como antes. Ese es uno de los dramas del expatriado. Sueña con volver a lo que dejó, pero eso ya no existe más que en su empeñada memoria». Gunilla, su mujer, lo encuentra llorando. He ahí el drama de los emigrantes. Sobre todo, de los que vienen de lejos, empujados por la desesperación y convencidos de que nunca regresarán. (Los pobres, dice Kallifatides, dejan de ser personas, para convertirse en un problema). Pero también de los que hemos emigrado del pueblo a la ciudad. Cuando, pasados los años, uno vuelve al pueblo, como si fuera la primera vez, nada es lo mismo. Lo habitan las sombras de los muertos, te encuentras con desconocidos y la casa está cerrada para siempre.
Theodor Kallifatides tuvo más suerte. Los alumnos de la escuela de su pueblo representaron en su honor una obra de Esquilo, y él, cincuenta y cinco años después, escuchando los primeros versos «Esto es lo que queda de los persas / que marcharon sobre la tierra griega», sintió que algo se le removía por dentro y recuperó de pronto su habla: el griego. «Me devolvieron a mi lengua –afirma, gozoso–, la única patria que todavía me queda. Salvaron en mí lo que aún podía ser salvado». Fruto de esa recuperación es este delicioso libro, el primero en toda su vida escrito directamente en griego.
Recojo del libro como advertencia de lo que pasa aquí con Podemos y Cataluña, la historia de un alacrán que él observó de niño en una finca de su abuelo. Éste había encendido una pequeña hoguera para quemar maleza, el alacrán estaba en medio del fuego, rodeado y no acertaba a salir; cuando sintió las llamas cerca, se clavó su aguijón y se inyectó su propio veneno. Y éste es el comentario de Kallifatides: «Ciertas libertades democráticas me recordaban a este alacrán. Son capaces de autodestruirse. Con procesos democráticos puede imponerse tanto la dictadura como la tiranía (…) Y puede anular el derecho a la libertad de expresión haciendo uso de ese mismo derecho. Las libertades democráticas deben estar al servicio de principios más grandes que ellas, como la paz y la igualdad entre los hombres, para no volverse autodestructivas». Pues eso.
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