
Letras líquidas
La diplomacia del móvil
Si ese celo extremo en la vigilancia de información sensible podría ser una de las principales reglas del manual de usos políticos contemporáneos, otra pasaría, sin duda, por la prudencia de los cargos públicos en sus mensajes de texto, modernas actas notariales
No era rojo y por no ser no era ni un teléfono, pero la línea directa que se abrió entre Washington y Moscú tras la crisis de los misiles de Cuba ha pasado a la historia como el recordatorio perfecto de la importancia de la comunicación en las relaciones políticas. Las doce horas que se tardaron en descifrar el mensaje del ruso Jruschov, la némesis de Kennedy, y que a punto estuvieron de derivar en tragedia mundial en aquel 1962, fueron incentivo suficiente para recurrir a una técnica, una especie de teletipo, capaz de conectar las capitales del mundo a cierta velocidad, sin intermediarios y facilitando el diálogo directo entre líderes. A partir de ahí, y con los muchos avances tecnológicos que el futuro tenía previstos, las conexiones internacionales fueron otras. Se aceleraron y se simplificaron. No digamos ya con la llegada de los móviles, ese artefacto de poder que descansa en nuestra mano y que permite una fluidez casi cotidiana en los contactos al máximo nivel: Macron es, de hecho, uno de los mandatarios más avezados en su uso para generar corrientes y adhesiones (fundamental esa línea París-Kiev-Moscú-Washington). Y así se ha ido consolidando un estilo de resolución de conflictos que los expertos conocen como la diplomacia del móvil. Una política acorde a la velocidad y al ritmo de los tiempos, que esquiva asesores y duplicidades de conversaciones, sí, pero que exige, también, renovados códigos de funcionamiento. Seguro que el secretario de Defensa de Estados Unidos ha aprendido ya algunas lecciones, como la de no añadir a periodistas a ningún chat de seguridad nacional en el que se anuncien bombardeos a terceros países. Por ejemplo. Y si ese celo extremo en la vigilancia de información sensible podría ser una de las principales reglas del manual de usos políticos contemporáneos, otra pasaría, sin duda, por la prudencia de los cargos públicos en sus mensajes de texto, modernas actas notariales, y harían bien en escribir en privado como si estuviesen haciéndolo en público. De lo contrario, ya sabemos...
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