Opinión
Preocupación
A medida que se acerca el día del temido desenlace, aumenta la preocupación. No se recuerda, desde la muerte de Franco, tanta inquietud por el futuro político de España como en estos días. ¡Todo está pendiente de Esquerra Republicana de Cataluña! ¡De lo que diga Rufián, por encargo de su jefe Junqueras, un delincuente condenado y encarcelado por sedicioso! Ni siquiera cuando la caída de Adolfo Suárez en vísperas del 23-F, entre maniobras de salón, ruido de sables y conspiraciones de palacio, hubo tanto temor. Está muy extendida la sensación de que el pacto entre el PSOE de Pedro Sánchez y UP de Pablo Iglesias para establecer, con la ayuda de los separatistas catalanes y vascos, el primer Gobierno de coalición desde la República, es una amenaza seria a la Monarquía parlamentaria y a lo que los socios de Sánchez llaman despectivamente «régimen del 78».
Los políticos supervivientes de aquel tiempo, promotores del consenso constitucional, pertenecientes al centro, a la derecha y a la izquierda, están alarmados y firman manifiestos conjuntos, que no encuentran el eco debido, en contra de los planes suicidas del actual inquilino de La Moncloa. Éste, ofuscado por los focos del poder, los lee como quien oye llover y disfruta estos días como muchacho con deportivas nuevas codeándose y haciéndose fotos con los estadistas del mundo, como si fuera el Rey, en la Cumbre del Clima de Madrid. Desactivado el poder militar, adormecido el poder eclesiástico y controlado el «cuarto poder», sólo le queda tranquilizar con la apacible imagen de Nadia Calviño, al poder económico y a Bruselas, inquietos ante lo que se avecina. Los desaliñados socios de extrema izquierda, que llegaban con la hoz y el martillo alzados en las manos contra los banqueros y los hombres de negocios, los envainan y los esconden de momento en el cajón, hasta sentarse en la mesa del Consejo de Ministros, que es de lo que se trata, el sueño largamente esperado.
Queda el Rey, que está solo y a la intemperie. Si él mismo no lo remedia, quedará rodeado de enemigos de la Monarquía y a merced de ellos. Pero no es fácil remediar esto sin que sea peor el remedio que la enfermedad. La difícil situación está poniendo a prueba la prudencia de Felipe VI y su papel constitucional de arbitraje y moderación. Hasta la Zarzuela llegan por todos los medios y por todos los caminos mensajes y advertencias. Hay un rumor sordo de tormenta. En España están sonando otra vez las alarmas.
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