Opinión

Un coche para Greta

Asistimos absortos el deambular incierto de una niña a la que el mundo ha hecho santa súbita. Las nuevas religiones necesitan de sus propios ídolos. Hay muchos científicos reputados que podrían subir al altar y a los que rezaríamos para que encontraran una solución urgente a un problema real. Las búsquedas en Google de Greta superan para desesperación de los expertos a la información sobre la Cumbre del Clima con su cara seria y su envés de cierto postureo a la moda. Dentro de los fenómenos de masas, supera en histeria a la llegada de los Beatles un lejano 1965 a la plaza de toros de Madrid o un caderazo analógico de Elvis Presley. Eran otros dioses. Crecen Gretólogos y Gretófobos como hinchas de un equipo de fútbol que se llevarían un tortazo por una camiseta. Greta es en sí misma un catamarán que provoca su propio vómito. Sostener que todo se debe a un disparate global no significa que se niegue la evidencia erudita sino que se ha creado un monstruo que come de nuestras sobras. Una muestra más de la infatilización social y de cómo se enfoca el bello pico de un iceberg mientras por dentro se carcome en fuego. Cuando Greta crezca igual le da por comprarse un coche. ¿Se lo podríamos reprochar? ¿O se convertiría en una apestada que ha plastificado sus principios? Vivimos la espuma de los días. Lo peor, en suma, no es que un puñado de fanáticos, entre los que se encuentran sus padres, enseñen la mano que mece la cuna sino que jefes de Estado o de Gobierno expandan la alfombra roja ante sus pies desnudos en lugar de alcanzar acuerdos políticos o concienciar a los ciudadanos. En fin, cosas serias. La foto con Greta supone un trofeo que esconde sus miserias. En España llevamos años quejándonos de los efectos de la gota fría. Nadie hace nada. Alabar a Greta todo lo perdona.