Opinión
Defensa de la Constitución
Para alguien que la vio nacer y la ve ahora amenazada, es una obligación moral o, si prefieren, una necesidad interior, salir hoy en defensa de la Constitución de la concordia –creo que fui el primero que la llamó así–, mientras se suceden las celebraciones, sin demasiado entusiasmo, todo hay que decirlo, en las que brillan las ausencias. Confieso que a mí nadie me ha dado vela en este entierro, nadie me ha invitado a ninguno de estos actos conmemorativos, en los que los políticos, que no habían nacido cuando entonces o andaban en pantalón corto, se miran de reojo, sonríen para la foto, presumen de constitucionalistas y disimulan a duras penas la desconfianza mutua y la decidida voluntad de discordia.
Nadie puede negar que constitucionalmente estamos en retroceso. Basta repasar el vídeo de la pintoresca sesión del Congreso de los Diputados, esta misma semana, en la que los representantes del pueblo debían jurar noble y solemnemente lealtad a la Constitución. Un tercio de ellos hicieron mangas y capirotes. Aquello parecía una conjura, un ruidoso gatuperio. Pero, sobre todo, es revelador que se pretenda armar el futuro Gobierno con el apoyo o la participación de fuerzas abiertamente enemigas del régimen constitucional del 78, de la Monarquía y de la unidad de España. La imagen mendicante del PSOE de Pedro Sánchez hacia ERC y la visita no menos mendicante y vergonzosa de los líderes sindicales a Junqueras en la cárcel quedarán para la historia como estampas de una sinrazón política extrema. «Ubinam gentium sumus?» ¿Entre qué gentes andamos? ¿Dónde estamos? Eso se preguntan estos días con razón los históricos del PSOE , que hace algo más de cuarenta años contribuyeron patrióticamente, con las renuncias precisas, al consenso y a la concordia nacional.
No hay que sacralizar la Constitución, ya lo sé. Basta con respetarla y cumplirla mientras esté en vigor. Los que la vimos nacer y hemos comprobado y probado sus frutos, esperamos que sea por muchos años. Con ella ha vivido España el más largo período de paz, libertad y progreso de su historia. Llegados a este punto, no puedo contenerme. Descuelgo del lugar más noble de mi biblioteca la edición príncipe de la Constitución, que me envió a casa entonces Fernando Álvarez de Miranda, presidente inolvidable del Congreso de los Diputados y democristiano bondadoso. La saco del estuche. Observo su cuidada caligrafía. Dentro de ella encuentro una carta personal, larga y sentida, del presidente Adolfo Suárez, el político de la concordia. Está fechada el día que dejaba la Moncloa. Eran otros tiempos.
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