Opinión

Diálogo progresista

Progreso y diálogo son palabras hermosas, cautivadoras, casi como democracia, de la que tanto se abusa. Uno se imagina a dos personas de camino, al caer la tarde, hacia el mismo destino en animada y amistosa charla. Una estampa bucólica. Avanzar es progresar, y el descubrimiento del diálogo, como dice Borges, es la mejor cosa que registra la historia universal. Este hallazgo ocurrió en Grecia, como se sabe, hace muchos siglos. Con él se fraguó la democracia. El diálogo eleva la condición humana y dignifica el ejercicio de la política. Por eso no habría que poner ninguna pega a la decidida voluntad mostrada por el aspirante a ser investido presidente del Gobierno de dialogar con unos y con otros. En este caso –eso es lo malo–, más con unos que con otros. Sobre todo, con los que aparecen enfrente o en el borde del sistema constitucional y a los que antes de las elecciones él mismo consideraba incompatibles y poco fiables. Lo que busca, según confiesa, son socios para una política progresista. Argumenta que metiendo en el Gobierno a Podemos hará esa mítica política de izquierdas y dialogando con ERC, cediendo a sus reivindicaciones razonables, se destensará la situación en Cataluña, se suavizará el conflicto y disminuirán a medio plazo los partidarios de la secesión.

Sin despreciar estas poderosas razones, se piensa en general que lo que busca en realidad Sánchez es asegurar su investidura, sin depender de la derecha, a la que desprecia. En eso está trabajando desde antes de recibir el encargo del Rey, cuyo papel institucional ha quedado reducido en este caso a la mínima expresión con las consecuencias que ya se verá. Lo que quiere el aspirante es vestir el muñeco. Para cumplir el expediente y por si le falla a última hora el «diálogo progresista», recibió ayer a los dirigentes del PP y de Cs. Fue un diálogo desganado, a regañadientes, tenso, lo más parecido a un falso diálogo, a un diálogo de sordos, algo tan pernicioso como el falso progreso, ese que, según Delibes, comporta inevitablemente una minimización del hombre. Está claro que el dirigente socialista aprecia más, como socios suyos, a Pablo Iglesias y a Oriol Junqueras que a Pablo Casado e Inés Arrimadas, defensores del orden constitucional y del sistema económico vigente. No es extraño que este diálogo selectivo y este alarde de progresismo estén suscitando una creciente inquietud incluso dentro de la familia socialista, con conatos de rebelión interna. Para muchos el diálogo y el progresismo de Sánchez son el envoltorio de colores de un despropósito histórico.