Opinión

Navidad 2019

La primera felicitación de Navidad me ha llegado por watshapp. Es una estampa con tres figuras humanas, que van de camino. Viene con un enigmático y escueto comentario: «La historia se repite, no aprendemos». Caminan de noche. Se ve que tienen prisa o que se esconden de algo. El camino es escabroso, apenas se distinguen los perfiles de las orillas, y avanzan trabajosamente. Hay luna llena, lo que no impide que en el cielo brillen un montón de estrellas diminutas.

El hombre y la mujer son jóvenes, morenos, de rostro agradable. Parecen hispanos. Él tiene bigote, un bigote fino, y lleva una visera corriente. Viste vaqueros y una camiseta amarilla de manga corta. Calza zapatillas muy desgastadas. Lleva a la espalda una mochila. Con la mano derecha extendida parece que va separando obstáculos y con la izquierda, que pone delicadamente en la espalda de ella, trata de ayudarla para que se sienta segura. La mujer también viste vaqueros, calza chanclas y, colgado del hombro, envuelto en un chal morado, carga con el niño, que también es moreno y va descalzo. La madre porta en cada mano una bolsa de tela de color naranja. Uno sospecha al verlos, sin miedo a equivocarse, que hace días que han salido de su casa y que en las bolsas y en la mochila llevan todas sus pertenencias.

Mirándolos bien, parecen mexicanos, pero lo mismo podían ser venezolanos, hondureños, nicaragüenses o guatemaltecos. Se ve que han dejado atrás su tierra y llevan prisa. Si no, no caminarían de noche, salvo que lo hagan, como digo, para que no los descubran o para evitar el calor abrasador del desierto. El rostro de la mujer desprende serenidad. Al hombre se le ve intranquilo y preocupado, como si sospechara de algún peligro inminente. Puede que estén ya cerca de la frontera. Una luz misteriosa, a pesar del evidente desamparo, ilumina a los tres. Cada uno de ellos lleva sobre la cabeza una aureola dorada y misteriosa, como las que se ven en los iconos de las tablas bizantinas. En el centro de la aureola del niño figura una cruz de rojo intenso con las letras alfa y omega. Su identidad parece, pues, fuera de duda, sin necesidad de que enseñen el pasaporte, del que probablemente carecen. Lo que es seguro es que ni siquiera han solicitado visado. Así que, si se atreven a acercarse esta noche al puesto fronterizo, sería un milagro que los funcionarios del Gobierno y los guardias les dejaran pasar.