Opinión

Sueños de enero

Enero es la puerta de entrada al año y la ventana de los sueños. Ante nosotros se abre un paisaje desconocido, inexplorado, esperanzador para unos e inquietante para otros. Asistimos a un cambio de rumbo de la política y de todo sin saber adónde vamos. En las montañas de mi infancia la nieve cubría estos días el pueblo, el campo y los caminos. Cuando caían los primeros copos los recibíamos con una emoción casi salvaje; pero no tardarían en llegar las amarguras. Aparecerían pronto las temibles úrguras a caballo del viento, como brujas del invierno, una amenaza mortal para el caminante desprevenido, sorprendido de noche, en descampado y sin un chozo cercano. Por la noche, al calor del fuego, se contaban tremendas historias de desaparecidos en la nieve desde tiempo inmemorial. En lo alto del puerto de Oncala – siempre cerrado o con cadenas– había entonces un campanillo y en las noches más cerradas de invierno el ermitaño se ocupaba de tocarlo continuamente por si alguien se había perdido en medio de la tempestad.

Los hermosos sueños de enero se desvanecen pronto como la nieve de la infancia. Habrá quien sueñe hoy con un Gobierno digno y competente para España. Los más ilusos soñarán con que la Constitución del 78 sobrevivirá al Gobierno que viene, con que el diálogo hará un milagro, los catalanes recuperarán el buen sentido y los diversos partidos unirán sus fuerzas para salir del atolladero. Pero, ¡uff!, la mayoría ha dejado de confiar hace tiempo en la política. Habrá quien sueñe a estas horas con el hijo que va a nacer en este año bisiesto. O con superar esa maldita enfermedad que se ha apoderado de la vida de toda la familia y de todos sus sueños como la yedra se agarra al muro. O los otros sueños ordinarios: encontrar trabajo, rebajar la hipoteca, cambiar de casa, la subida de sueldo, llegar a fin de mes, un alquiler asequible, casarse, terminar la carrera, aquel viaje aplazado, dejar de fumar, plantar un huerto, volver al pueblo, adquirir un perro, escribir un libro y cosas por el estilo.

En fin, quedan los viejos, que han pisado mucha nieve y han visto muchos «añonuevos». Pasan los años y los recuerdos se comen a los sueños. Se conforman con que no falle la pensión ni aumenten demasiado los achaques y con que este país, que tanto les costó a ellos poner en el buen camino, no vuelva a las andadas. Sólo piden una prórroga. «¡Año alante!», que decían en el pueblo viendo caer la nieve desde la ventana.