Opinión

Amargo trago

El cambio de Gobierno, que abre una etapa política nueva y azarosa en España y, en cierta medida, en Europa, con la incorporación al mismo de ministros comunistas, abiertamente antimonárquicos, produce necesariamente incomodidad en La Zarzuela. Se supone que también a los interesados. La promesa solemne de los miembros de Podemos de acatar la Constitución y de mantener lealtad al Rey, imprescindible para ejercer el cargo, choca de lleno con su activa trayectoria republicana exhibida hasta ahora, en la que llamaban a Felipe VI el “ciudadano Borbón”. Es de esperar, sin embargo, que los nuevos ministros, envueltos en el incienso del poder y pisando por fin las alfombras de palacio, hagan de la necesidad virtud. El Jefe del Estado pone, como acostumbra, a mal tiempo buena cara. La otra promesa, incluida en la fórmula del juramento, de guardar el secreto de lo tratado en los Consejos de ministros, seguramente preocupa más al CNI, a la OTAN y al presidente Sánchez, quien, como todo el mundo recuerda, confesó hace unos meses que no dormiría tranquilo con Pablo Iglesias sentado en esa mesa. Pero ya se sabe que los vientos de la política son mudables.

Lo que le dijo ayer el Rey a Pedro Sánchez tras jurar como presidente –«Esto ha sido rápido, el dolor viene después»– revela, según la interpretación más obvia, la preocupación del Monarca por lo que pueda pasar a la hora de gobernar después de ver la forma como el dirigente socialista ha conseguido la investidura. Le podía haber dicho: ¡En manos de quiénes estamos! Es imposible que el Rey esté tranquilo con un Gobierno compuesto en parte y apoyado de lleno por los enemigos declarados de la unidad de España, de la Corona y de la Constitución. La investidura era un trance complicado, superada por los pelos, pero lo más difícil será gobernar con esos compañeros de viaje y con la oposición frontal de las fuerzas que se declaran constitucionalistas y defensoras de la Corona. Seguro que Felipe VI tratará, hasta donde alcance su influencia, de tender puentes en busca de la concordia para superar el frentismo derechas-izquierdas que se ha apoderado de la vida nacional. Esto sólo puede acarrear dolor y desastres. Basta repasar las lecciones de la historia.

El Partido Socialista, que tiene en sus manos las riendas del Gobierno y que, en etapas anteriores en las que ha ocupado el poder, ha demostrado sentido de Estado, tiene ahora la responsabilidad histórica, en circunstancias mucho más complicadas, de mantenerlo, estableciendo pactos y reanudando el diálogo institucional con las fuerzas de la oposición. Al Partido Popular le atañe también de lleno esta responsabilidad, dejando a un lado querellas personales, aunque sin renunciar a su vigilante tarea crítica. Ningún partido, si es verdaderamente democrático, debe apoderarse, como patrimonio propio, de la Corona, la bandera y la Constitución. Y mucho menos, de España. Pero tampoco es de recibo que, desde el Gobierno y sus aledaños, se pongan en cuestión estos valores fundamentales, o se mire para otro lado cuando son atacados. Es hora de pasar ya la página bochornosa de la investidura y prepararse para el dolor que viene, en palabras del Rey.

Parece indudable que en Zarzuela, aunque se ponga a mal tiempo buena cara, el desbloqueo de la situación política ha supuesto un respiro, pero la forma como se ha llegado a esto, con las inquietantes escenas de la investidura y con la formación misma de este Gobierno trufado de republicanismo activo y de compromisos preocupantes con enemigos de la Corona, está siendo un trago amargo, posiblemente el más amargo del reinado de Felipe VI.