Opinión
Rafael del Riego
Hemos recordado a lo largo de este enero, el «pronunciamiento» de aquel teniente coronel Jefe del Segundo Batallón de Asturias, concentrado en el Campo de Gibraltar para ser enviado a una América nuestra que se estaba emancipando.
Al grito de ¡Viva la Constitución! un 1 de enero de 1820 Rafael del Riego arengaba a sus soldados en Cabezas de San Juan (Sevilla) porque «no podía consentir alejarles de su patria en unos buques podridos, para llevarlos a hacer una guerra injusta al nuevo mundo». Días después iniciaba una marcha de 800 kilómetros por treinta y tantos pueblos de Andalucía, reponiendo alcaldes constitucionales, proclamando la Constitución de Cádiz. Perseguido por el general José O’Donnell, Comandante General del Campo de Gibraltar, acabaría diezmado –solo en Morón tuvo 500 bajas–, abandonado por parte de sus tropas, huido a Portugal. Pero la indisciplinada actitud y el grito de Las Cabezas había prendido en amplios sectores liberales de La Coruña, Oviedo, Murcia, Zaragoza Barcelona y Pamplona. Lo que constituía una derrota militar se había convertido en victoria política. Tal era el capital de ilusión y confianza que había dilapidado Fernando VII tras su regreso a España en 1814, empeñado en desconocer o anular todo lo avanzado en las Cortes de Cádiz en las que participaron activamente diputados de ultramar. No resulta extraña entonces la coincidencia del lugar en que se lanzó el grito liberal, ni al frustrado destino al que se dirigían aquellas tropas.
Asturiano, nacido en la bellísima Tuña en 1785 en el seno de una familia burguesa –palacio y mayorazgo– entró en el Cuerpo de Guardias de Corps con Carlos IV. Incorporado como Capitán en plena Guerra de Independencia, vivió en noviembre de 1808 la derrota del general Acevedo en Espinosa de los Monteros. Prisionero en Francia durante cinco años, se impregnaría de las corrientes liberales del país vecino e incluso de su influyente masonería. A su regreso en 1812 juraría la Constitución ante Lacy, el General que fusilará Fernando VII en 1817.Todo formaría parte de la mochila intelectual de Riego.
Y se materializará en marzo de 1820 cuando aquel movimiento liberal prendido en media España, obligó –más que aconsejó– a Fernando VII a convocar Cortes y a jurar la Constitución de 1812 con aquella tan hábil como falsa promesa de «marchemos francamente, yo el primero por la senda constitucional» que ratificará en la sesión de apertura de las nuevas Cortes : «siendo mi resolución tanto más espontánea y libre cuanto más conforme a mis intereses y a los del Pueblo español, cuya felicidad nunca había dejado de ser el blanco de mis intenciones más sinceras».
Repuesto del susto de la huida a Portugal, Riego entró triunfante en Sevilla al tiempo en que se convocan elecciones para diputados a Cortes. Nuestro hombre, a sus 35 años, ya constituido en héroe como luchador por la libertad, fue nombrado Capitán General de Galicia, luego de Aragón para terminar en 1822, una vez elegido diputado por Asturias, Presidente de las Cortes. La marcha militar conocida como «Himno de Riego» que le acompañó desde el comienzo de sus correrías por Andalucía, formará parte importante de este decorado mítico. Con letra del entonces teniente coronel Evaristo San Miguel y Antonio Alcalá Galiano y composición del músico mayor de uno los regimientos expedicionarios –¿Gomis Colomer?–, inspirada en el «Chant de Départ» y la propia «Marsellesa» francesas, pasaría a la historia, reproducida posteriormente como Himno Nacional en nuestras dos Repúblicas de 1871 y 1931. Dirá Alcalá Galiano en sus memorias que en principio no gustó a Riego «por no figurar su nombre en la letra». Hoy sigue latente en conmemoraciones republicanas, interpretado erróneamente en acontecimientos tan diversos como dar la bienvenida en 1941 a la Escuadrilla Azul de Salas Larrazábal en Berlin, conmemorar una victoria del tenis español en 2003 o recibir a Rodríguez Zapatero en Chile en 2007.
Como sabe el lector la aventura de enero 1820 terminaría tres años después con la intervención de los «100.000 hijos de San Luis» que restituyeron la monarquía absoluta. En una ceremonia vergonzante, Riego, era ahorcado y decapitado en la Plaza de la Cebada en Madrid, entre los insultos de un pueblo que poco antes lo había aclamado. Lección a retener.
Por supuesto, las independencias americanas iniciadas en 1810, se precipitaron. Aquellos oficiales que habían luchado contra Napoleón por la independencia de su metrópoli, demandaban la misma independencia para sus territorios. Ley histórica incuestionable, repetida a lo largo de los siglos en Brasil, India, Argelia, Vietnam….
Podríamos extraer más lecciones a los 200 años de aquel pronunciamiento. Quizás el más sentido y actual, es el de que una parte de España fuese incapaz de gobernar, pensando en la totalidad de su ciudadanía.
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