Coronavirus

Lo que de verdad importa

Todos, absolutamente todos estamos tocados por la vara negra de las circunstancias adversas cuando menos lo esperamos

Baza mayor quita menor, y hoy nada más lejos de mi ánimo que criticar la patética situación en que se encuentra nuestro país, España porque acaba de irse un amigo más. ¡Y van ya no sé cuántos! Una empieza a estar ya harta, el dolor se apodera de los corazones y toca proclamar a voz en grito “¿hasta cuándo?”. Hace apenas una hora se ha muerto uno de los pilares de mi vida. Mi referente desde que perdí a mi progenitor hace ya treinta y seis años, un pilar en mi vida, por tanto, que me mimó, me arropó y estuvo a mi lado siempre que mis necesidades lo requerían. De él aprendí que todo problema o frustración a la que nos enfrentamos con realismo y tratamos de una forma organizada enriquece nuestra personalidad. Cada equivocación de la que podemos extraer una enseñanza, nos proporciona experiencia y seguridad con las que aumentar nuestra capacidad para resolver nuevos problemas. También que la mayor parte de nuestra felicidad o de nuestra desgracia dependen de nuestra disposición de ánimo y no de nuestras circunstancias y que no se debe malgastar demasiado tiempo preocupándonos o lamentando pasados errores. Lo mejor es comenzar de nuevo cada día. Pero, en esta circunstancia, ¿cómo comenzar mañana sin Alberto? ¿Y sin Carlos? ¿Y sin Alfonso? Esto empieza a resultar un poco pesado. Todos los muertos cuentan, naturalmente, pero no seamos cínicos y digamos de forma clara que cuando nos tocan de cerca duelen más, dejémonos de hipocresías. Deseamos para nosotros y para los nuestros una vida longeva y llena de circunstancias agradables, bonitas; de éxitos y de felicidad; de amor y de plenitud. Pero… ¿cuántas veces se cumplen estas adjetivaciones? He de decir que en el caso de Carlos, que fue el primero; de Alfonso, en esta pasada semana y de Alberto, hoy mismo, se cumplieron casi al completo todas esas premisas, si bien la vida viene trufada de reveses con indeseada frecuencia y no distingue a unos ni a otros. Todos, absolutamente todos estamos tocados por la vara negra de las circunstancias adversas cuando menos lo esperamos. El bien y el mal absoluto no tienen equilibrio, y unas veces la balanza está de un lado y otras veces del otro.

En nuestra cultura vivimos la muerte de diversas formas. Hoy día la muerte llega a ser hasta motivo de actos sociales, donde la gente se exhibe en las exequias fúnebres. Pero desde que el Gobierno proclamó que vivíamos una pandemia, cuando llevábamos ya días o semanas padeciéndola, se acabaron los guateques mortuorios y no miento si digo que los echo de menos, porque velar a un muerto alivia el alma, y despedirlo con el homenaje de un solemne entierro y un funeral aún para quienes vivimos al margen de una religión reconforta el ánimo quebrado por la pérdida irremisible.

Hoy me gustaría tener al menos un toque frívolo que imprimir en estas líneas pero no me sale. Ni tampoco me seducen lecturas inanes, sino que busco en la profundidad de los clásicos, no para que me den respuestas, que creo que las tengo todas, sino para que me den consuelo. El sentimiento de dolor se expresa en cada cual de forma diferente. A mí se me imprimió desde hace mucho que hay que ser mesurado hasta en el sufrimiento y, por tanto, me cuido de no desmelenarme y de no arrojar lágrimas en público. Se me rogó encarecidamente que no lo hiciera y yo, las promesas a los muertos, las cumplo a rajatabla. Y hoy, en estas líneas fúnebres, tan sólo deseo homenajear a quienes se han ido dejándonos los sentimientos rotos. Mozart lo expresó bien en su Réquiem y Rilke en su Réquiem también y en su Elegía. Me sumerjo en la música del uno y en los versos del otro.