Coronavirus

Lo que realmente somos

Coincidirán conmigo en que una situación como el Estado de alarma solo nos deja tres opciones: negar, enloquecer o sublimar

Es paradójico porque bajamos a la calle, si lo hacemos, con mascarilla, y guantes, y nos mantenemos a tres metros de cualquier otro individuo bípedo, pero en nuestras casas, el confinamiento nos impone acercarnos a la familia como nunca antes y contrastar, para bien o para mal, su verdadera naturaleza con la nuestra.

Algunos definen esta situación como una cura de humildad general, por qué no. Siempre se ha hablado de las situaciones límite, que revelan lo que hay en cada nación y en cada uno.

¿No les parece como si nadando despreocupadamente en un río de pronto alguien hubiera llegado para birlar nuestra ropa a traición dejándonos ahí esperando, en paños menores, completamente vulnerables y abrazándonos los hombros a nosotros mismos con cara de tontos?

Coincidirán conmigo en que una situación como el Estado de alarma solo nos deja tres opciones: negar, enloquecer o sublimar.

Personalmente, tras un mes encerrada en franca evitación de la realidad y a dos comparecencias del gobierno de la enajenación y la agitación, me esfuerzo en alcanzar la tercera y elevarme sobre mí misma y sobre los demás.

Entonces reflexiono acerca de lo que éramos, o lo que creíamos que éramos antes, de lo que realmente somos y de lo que probablemente deberíamos ser.

Dicen por ahí que el tiempo y el vino ponen a la gente en su sitio y que en la mesa de un juego de naipes se evidencia de qué está hecho cada cual; pues a esta lista de circunstancias debemos añadir ineludiblemente la extraordinaria situación de un país entero (y casi un planeta) confinados.

El Covid 19 nos ha desprovisto de nuestra seña de identidad más evidente, la libertad, y con ella, se han ido otras tantas, y nos ha dejado con lo puesto, encerrados, mirándose al espejo, los que están solos, o frente a frente con nuestros familiares, a su vez despojados de su antigua personalidad.

Aclaro que no me refiero a la enfermedad del coronavirus, ni a las víctimas, ni a los ingresados, ni a los familiares que no pueden acompañarlos; tampoco me refiero a los héroes sanitarios ni a los que suministran comida entre los más necesitados, ni a los sacerdotes que reparten esperanza y extremaunciones a destajo por las residencias.

Hablo estrictamente de la cuarentena de los que estamos más o menos sanos y con algo más de tiempo que de costumbre; del enclaustramiento en la comodidad de nuestras casas y nuestros pantalones vaqueros; de este “apacible” recogimiento en modo retiro o en la compañía de nuestros seres más queridos.

¿Recuerdan la vida normal? En libertad es fácil (aunque algunos no lo consiguen) congeniar con nuestros hijos cuando llegan desfogados del colegio y mantener el buen tono con nuestras parejas cuando nos cruzamos puntualmente a la hora de la cena...

Como todos podemos recordar, nuestra vida ordinaria estaba abarrotada de actividades, distracciones y menesteres prescindibles, aunque importantes porque cumplían diversas funciones profesionales, lúdicas y sociales, entre ellas, que no tuviéramos que relacionarnos a todas horas.

Sin embargo, este cautiverio familiar donde no hay distancia de seguridad física, ni mental, ni adornos, ni florituras, ni trapos calientes… pone de manifiesto de qué estamos hechos todos en realidad, qué recursos tenemos y de los que adolecemos.

¿Tiene usted buen o mal carácter? ¿capacidad de contemporizar o desdramatizar, resiliencia, fortaleza, sofisticación física, intelectual? ¿Es usted considerado, limpio, organizado, higiénico o se arreglaba sólo para ir a la oficina?

En la vida que solíamos llevar íbamos todos muy planchaditos y bien peinados, no sólo en lo tangible, me temo… ¿Veníamos de un baile de disfraces donde sólo nos mostrábamos como queríamos ser percibidos detrás de falsas sonrisas y manierismos impostados?

En muchos sentidos vivíamos la irrealidad, la coartada perfecta, pero, de improviso, nos quitan esa pátina de saber estar y la careta… ¿Y cuántos días tardará la estructura en venirse abajo? ¿resistiremos o aparecerá por fin ese monstruo que habita en las profundidades de nuestro falso self?.

El confinamiento (no el coronavirus) trae consigo para los que no salimos a trabajar, quitarnos la personalidad que venimos desarrollando décadas, empezando por la ropa, que es todo un símbolo y nos condiciona.

Y ese personaje que protagonizaba nuestro rol social/ profesional, ahora en casa amordazado, desorientado y aturdido debe congeniar consigo mismo o, peor aún, con nuestros compañeros de convivencia, igualmente noqueados y despojados.

Por supuesto, que en esta proximidad desacostumbrada y obligatoria veremos los defectos de nuestros allegados amplificados, más aún, constataremos el índice de compatibilidad de nuestras íntimas relaciones porque estamos viviendo un Gran Hermano sin cámaras.

Esta crisis internacional ha venido a probarnos como individuos y como miembros de nuestra tribu, donde llevamos mascarillas, pero nos hemos quitado las máscaras y desposeídos de nuestros antiguos antifaces, emergemos casi desnudos como criaturas nuevas.

La pandemia está apagando las luminosas llamas de nuestra hoguera de las vanidades particular y ha suspendido el divertido carnaval en que solíamos bailar.

¿Qué somos sin una puesta en escena y un puesto de trabajo? ¿Qué somos sin vida social ni grupo de amigos? ¿Qué somos sin viajes, sin coche, sin restaurante favorito? ¿Qué somos sin libertad y sin gastar dinero? ¿Qué somos sin público, sin reconocimiento, sin palmadita en las espalda, sin vanidad, sin prosopopeya ni afectación?

2020 ha llegado para probar nuestras relaciones más profundas, nuestra resistencia y nuestro amor y, no se apuren, va a decirnos exactamente lo que somos.