
Opinión
Secuelas
Un manual sobre el coronavirus que ha publicado la Escuela de medicina de la Universidad china de Zhejiang (FAHZU) dice que los pacientes confirmados con COVID-19 «a menudo presentan síntomas tales como remordimiento y resentimiento, soledad e impotencia, depresión, ansiedad y fobia, enfado y privación de sueño. Es posible que algunos pacientes tengan ataques de pánico. Las evaluaciones psicológicas en las salas aisladas demostraron que alrededor de 48 % de los pacientes presentan estrés psicológico durante la admisión temprana, en su mayoría debido a su respuesta emocional al estrés. El porcentaje de delirio es alto entre los pacientes críticos. El estado mental de los pacientes (estrés psicológico individual, humor, calidad de sueño y presión) se debería supervisar cada semana después de la admisión y antes del alta. Para pacientes con sintomatología leve, se sugiere la intervención psicológica. El autoajuste psicológico abarca el entrenamiento de relajación respiratoria y entrenamiento de la conciencia. Para pacientes con sintomatología de moderada a grave, se sugiere una intervención y tratamiento mediante la combinación de medicación y psicoterapia». El estudio indica que se pueden prescribir antidepresivos, ansiolíticos y benzodiazepinas para mejorar el estado de ánimo y la calidad de sueño de los pacientes. Puede utilizarse la segunda generación de antipsicóticos como la olanzapina y la quetiapina para mejorar los síntomas psicóticos como el delirio y la alucinación… Lo refiero aquí porque, leyendo esas páginas, de las que estas frases son solo una muestra, resulta evidente que las secuelas psicológicas de la enfermedad no pueden ser desdeñadas. Los pacientes que se recuperan pueden llevar consigo, de vuelta a casa, derivaciones que no formen parte de las estadísticas (muy confusas, por otro lado) con que se nos ilustra a diario. Gestionar la salud psicológica de los pacientes dados de alta resulta, pues, otro reto que tendrá que enfrentar el sistema biosanitario español, sobrecargado ya, por no decir al límite. Y a esas secuelas, que precisarán en muchos casos un tratamiento, habrá que sumarles las que, para los no contagiados, sean efecto del encierro. Nuestro largo confinamiento, de los más estrictos del globo, dejará sin duda una profunda huella en muchas personas que, no habiendo enfermado de coronavirus, sí habrán sufrido de manera implacable la intolerable presión de la cuarentena, algo que tendrá derivaciones en su salud mental. ¿Estamos preparados?
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Manipulación intencionada