Opinión

“El “morbo gótico” en Ciudadanos”

Los sucesores son siempre leales mientras están en la pista de salida, para inmediatamente marcar distancias del antaño admirado y admirable líder carismático

Albert Rivera colocó a Inés Arrimadas, que era su protegida, para que le sucediera. No es que le faltaran méritos o deméritos, todo depende de cómo se mire o a quien se pregunte, pero lo fundamental es que eso de los sucesores designados siempre es complicado. No pasa sólo en la política, sino que es habitual en las empresas. El dedazo, aunque fuera enmascarado en unas primarias controladas con mano férrea por el aparato del partido e influidas por la notoriedad de entonces candidata, nunca ha sido lo más democrático. Los sucesores son siempre leales mientras están en la pista de salida, para inmediatamente marcar distancias del antaño admirado y admirable líder carismático. Son tantos los ejemplos que necesitarían varios volúmenes de la Espasa para enumerarlos. En otros tiempos la formula era más expedita, como se hacía en el reino godo de Toledo, utilizándose la decalvación o directamente el asesinato. No hay nada mejor que el soberano pase a mejor vida. Es lo que conocemos como el “morbo gótico”. Otras fórmulas eran las guerras civiles, como Enrique de Trastámara contra su hermanastro Pedro I o Isabel y Fernando para apartar a la infeliz princesa Juana, injustamente llamada la Beltraneja. Fernando VII fue también directo e inició la España contemporánea con un golpe de Estado contra su padre, Carlos IV.

Ahora somos más civilizados y los políticos simplemente abominan de su “padre” para hacer justo lo contrario que alababan en su antecesor. La verdad es que es un comportamiento, dicho irónicamente, muy ejemplar y coherente. Por supuesto, no es algo extraño en las empresas u otros ámbitos de la vida profesional. Lo importante es hacer mucho la pelota para que el elector confíe en el elegido y se sienta seguro en su designación. Nada que nos tenga que extrañar. En ocasiones, como Arrimadas, es alguien que acompañó al líder carismático en los primeros tiempos, pero en otros casos

se confía en el último que llega pensando que será más manejable. Rivera, aunque ahora cómodamente instalado en el amor, algo que siempre es muy recomendable, y en un despacho de abogados para ganar pasta, lo cual tampoco es criticable siempre que se haga correctamente y no en plan lobby encubierto, sufre en su carnes la traición de la que antaño creyó su fiel pupila e ideal heredera. El problema de Arrimadas es la inexorable decadencia de Ciudadanos.