Opinión
El Supremo enredador
Da la sensación a estas alturas de la película de miedo que vivimos todos los españoles, de que al vicepresidente del Gobierno y lider podemita, Pablo Iglesias, le está costando enterarse de que la hoja de ruta que se había marcado tras su abrazo de la reconciliación por mutua conveniencia con Pedro Sánchez, sencillamente le ha saltado por los aires. No solo por esa agenda social que se las prometía cargada de ríos de leche y miel manando -claro está- del bolsillo de todos los españoles y ahora carne de hibernación sine die, sino sobre todo porque, ante una crisis con la magnitud que supone el coronavirus, muy difícilmente puede sacarse la «patita» para apuntarse tantos, sin recibir el correspondiente revolcón en forma de cifras, ya sean contagiados, fallecidos, trabajadores afectados por «ertes» o directamente crecientes ejércitos de parados. Es la cruda realidad de un socio de gobierno que, por mucho que represente un papel clave para la continuidad de Sánchez en La Moncloa, siempre va a ser objeto de la contravigilancia por parte de las terminales del socio teóricamente dominante. Hay demasiado en juego como para que unos se coman los jamones y otros los «marrones». Pruebas hay ya para llenar cientos de páginas cumplidos 120 días de gobierno y los «enredos» del vicepresidente se han hecho notar de manera constante y evidente en su obsesión por rentabilizar supuestas «bicocas». El covid-19 se ha cebado en residencias de mayores con miles de ancianos muertos en un número todavía por contabilizar. El pasado 19 de marzo Iglesias salía con todo el plumaje mediático para anunciar, desde su «vicepresidencia social», fuertes inversiones y la presencia de la UME donde hiciera falta para, desde su mando y coordinación, hacer frente a la situación. Hoy, mes y medio después de la publicación en el BOE de sus medidas, nada más se ha sabido de un Iglesias que tal vez no calculó la gravedad de un problema frente al que ha permanecido escondido, aunque eso sí, apuntando la maquinaria propagandística de su partido contra el PP que no gobierna o contra los «fondos extranjeros y multimillonarios que hacen negocio con la salud de nuestros mayores». El vicepresidente todavía no ha dado una sola explicación sobre la gestión que asumió en la crisis de las residencias, pero inasequible al desaliento ha continuado en la búsqueda de otros caladeros para el enredo, aún a costa de tener algo más que molestos a no pocos ministros socialistas que comparten con él la mesa del gabinete Sánchez. Le sirve armar el padre de todos los «quilombos» a propósito de la renta mínima vital, o ya le viene bien lanzar a la también podemita ministra de Trabajo para adelantar cuestiones no cerradas como el proceso paulatino de deshibernación hasta final de año, por no hablar de los pasados enredos dejando en evidencia a otros miembros del Ejecutivo a propósito de los «paseos infantiles». Alguien debería «soplarle» que el perdón no debe pedírselo a los niños, sino a los ancianos de las residencias. Qué raro les sientan a algunos los aires serranos de Galapagar.
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