Opinión

Chupar sapos

No estamos hechos para el sufrimiento, aunque de esto está cargada la vida

He de reconocer que una serie que nunca me cansa es Los Simpson. Me parece una crítica inteligentísima a la sociedad –en especial a la americana-, y al matrimonio que refleja situaciones reales como la vida misma. En varios capítulos Homer, el pater familias, chupa sapos para flipar. Pero lo que yo no sabía es que, en verdad, los sapos destilan un veneno alucinógeno que hasta puede llegar a matar. En un ceremonial satánico al parecer le fue suministrado este fluido a un conocido fotógrafo, José Luis Abad, profesional del mundo de la moda, que abandonó este valle de lágrimas entre terribles convulsiones. Una pena. Pero el que con fuego juega… ya se sabe. Yo propongo una fórmula de alucine más inocua –para el cuerpo, que no para la mente-, que es la de observar las sesiones del congreso de los diputados o, sin más, los noticieros. ¡Hay que ver qué manera de manejar la mentira como una de las bellas artes! Se supone que, en política, el embuste es una de las armas que más se esgrime pero, también, una de las que más se castiga, bien por el electorado, bien por las instituciones. Pero aquí la impunidad es absoluta y los discursos de los parlamentarios están trufados de auténticas y grandísimas infamias, acciones viles derivadas de promesas incumplidas, como no pactar con la extrema izquierda, con el independentismo o con el terrorismo. Luego está “la voz”, que es a quien siempre agradeceremos que exprese lo que nosotros hubiéramos querido decir, y de hecho lo decimos pero por escrito, como es mi caso, o en las tertulias de la tele o entre amigos mientras tomamos unos vasos de vino. Pero en el parlamento y a la cara de quienes intentan destruir España lo hace la bella Cayetana a quien todos aplaudimos con el corazón. Esta mujer, enjuta y menuda, es quien nos resarce al espetar verdades en un durísimo cuerpo a cuerpo, en la cara de los villanos.

En este tiempo que nos ha tocado vivir, en que solo nos queda la alternativa de pelear o claudicar, las relaciones humanas se han visto también dañadas. Las cabezas están susceptibles y los ánimos no están como para aguantar tonterías. Dejémonos de eufemismos: hay cristales rotos, vajillas rotas, matrimonios rotos. Los de airbnb están haciendo su agosto, según he podido saber, pero no para los turistas o los veraneantes si no para las parejas que han tocado techo y se van cada uno con la almohada a otra parte. Una gran solución para un gran problema. No estamos hechos para el sufrimiento, aunque de esto está cargada la vida. Una amiga me decía en estos días que siempre ha sido una niña mimada por los padres, por el marido y que ahora que el coronavirus se ha llevado a su compañero de vida se encuentra chocada y hasta desconcertada por tener que afrontar una situación para la que no estaba programada. Otros, en cambio, sí estamos preparados para la adversidad, porque la hemos vivido ya en algunas etapas de los años que llevamos gastados… ¡y lo que te rondaré, morena! Nadie está libre de que le venga encima un inesperado montón de estiércol. Pero estamos hechos para ello y, hasta incluso, curados de espanto, con lo cual podemos aguantar lo que venga y hasta un poco más. Los reveses curten y pobre de aquel a quien pillen por sorpresa. La suerte de quienes escribimos es tener un teclado que hace las veces del diván del psiquiatra, y arrojar sobre el mismo toda la miseria hace que nos quedemos realmente a gustito, como me acaba de suceder a mí ahora mismo. ¡Con qué poco nos conformamos algunos… por suerte!