Opinión
Conversación con Pau
La persona que sabe que va a morir experimenta una nada envidiable condición que, sin embargo, suscita cierta envidia. Porque la perspectiva del final proporciona una mirada infalible. De ordinario, viajamos en el autobús de la vida sin preguntar y, de repente, esta persona se incorpora del asiento, aprieta el timbre y se dispone a bajar. Nos mira entonces y, cuanto hace o dice adquiere una relevancia insospechada. Como si, al alzarse, le hubiese sido dado el contemplar por la ventanilla cosas que los demás, sentados, no vislumbramos.
Pau Donés vino al estudio de Cope hace cuatro años con la sentencia de muerte de un cáncer de colon con metástasis. Era muy valiente, uno de esos capaces de mirar al precipicio. De los que encabezan una partida de soldados que arrostran un final seguro. O que rescatan a alguien en una cornisa sabiendo que, a cambio, caerán ellos. Así que tuvo la sangre fría –y la tenía todo menos fría– de contarme que había escrito «Humo», la canción sobre su muerte, el día que se dijo: «¡Ostras, Pau, te vas!…Y tuve miedo».
Después de aquello, comprendió que no estaba viviendo bien. Que la existencia se le había estado escurriendo entre los dedos en un frenesí poco consciente. Y lo cambió por una actividad deliberada y atenta. Tiempo para su hija y plena atención a lo que le rodeaba, personas, amigos, el sol, sus perros, la belleza. Todavía hizo dos discos y una gira.
Pau Donés era TDH, padecía un trastorno hiperactivo y tenía dislexia. Su madre se había suicidado cuando él era un adolescente de 16 años. No tuvo una vida fácil y, sin embargo, tras ese suicidio materno, dejó de quejarse: «Me hizo fuerte –explicaba–, vi que esto eran dos días y que había que tirar para delante». Y, como un augurio, se cumplió la intuición.
No creía en Dios, pero creía en su madre y hablaba con esa mujer difunta, convencido de que lo escuchaba. Es la forma más sólida de fe, porque las madres creen más en nosotros que nosotros mismos.
Así que, en aquella entrevista, que está íntegra en cope.es, comenzó una cuenta atrás de cuatro años que se han cumplido con su muerte. No sé si puede llamarse amistad a un conocimiento de un solo momento. Nunca más llamé a Pau Donés, no me atreví. Era demasiado famoso y pensé que tenía mucho de todo –personalidad, belleza, recursos– como para desear aguantarme. Y, sin embargo, yo creo que he sido amiga de Pau. Porque la inminencia de la muerte le dio una autenticidad vertiginosa. Y yo sentí que tocaba su alma, que me la daba generosamente. Y creo que me ayudará cuando vaya a morir yo.
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