Opinión

Apariencia de victoria

El reciente acuerdo entre el Gobierno y los agentes sociales consolida la posición de un Ejecutivo que sale de la crisis de la Covid-19, no reforzado, como se empeñó en decir a bombo y platillo en todos los medios de comunicación (con una campaña que no hizo para prevenir los riesgos de la enfermedad), pero sí sin retrocesos. Después de lo ocurrido, es una victoria. La reforzarán las elecciones en el País Vasco y, si Puigdemont crea un nuevo partido, el estallido de la derecha separatista en Cataluña que reforzará a ERC, socio preferente del socialismo catalán. En la Unión Europea, la nueva disposición de Francia y Alemania también le proporciona oxígeno: aunque no se sepa cómo terminará la negociación, al menos no ha habido un cierre de filas como aquel con el que tuvo que lidiar el gobierno español en 2012. Los primeros pasos del nuevo federalismo europeo favorecen a Sánchez, como favorecerían a cualquier Gobierno español.

El Gobierno ha conseguido en Ciudadanos un nuevo socio, algo reticente, para que no se le confunda con lo que queda del ala más socialdemócrata del PSOE (y así, diría un cínico, acabar deglutido por Sánchez), pero leal. Incluso el PP está dispuesto a echar una mano a la «geometría absoluta» que ha sustituido a la «variable». No queda otro remedio que apoyar al Gobierno, ante una opinión pública que no exigió el consenso al principio de la pandemia, cuando más necesario era. No lo hizo porque desde los círculos gubernamentales y progresistas no se le animó a hacerlo, con el resultado trágico de 45.000 fallecidos. La misma dimensión del desastre y la crisis económica que empezamos a comprender en sus justos términos, empujan en la dirección del acuerdo. Con el descrédito de Iglesias, finalmente, el propio Sánchez sale reforzado dentro del Gobierno.

Es difícil prever lo que ocurrirá dentro de dos meses. No sabemos si la Covid-19 volverá por sus fueros, ni con qué virulencia. Es posible que el acuerdo de Sanidad en negociación entre el PSOE y el PP logre, llegado el caso, reducir los daños y evitar nuevos confinamientos masivos. Sí que se puede aventurar, en cambio, que la crisis económica es el arranque de un cambio de modelo, o de paradigma como se dice, que va a afectar a fondo a toda nuestra sociedad, como lo va a hacer en todo el mundo.

El Gobierno parece confiado en que la recuperación recién iniciada con la vuelta a la normalidad se consolidará y que de alguna manera, al menos por unos años, se volverá a la situación previa. Así lo dan a entender sus poco realistas previsiones fiscales, analizadas ayer en el editorial de LA RAZÓN, el hecho mismo de que el pacto con los agentes sociales haya sido una puesta en escena más que otra cosa y la explícita voluntad de seguir adelante con unas reformas sociales incompatibles con la averiada economía y las muy desequilibradas cuentas de la administración. Nunca España ha crecido con un déficit y una deuda como los que va alcanzar en los próximos meses y, seguramente, años.

Esta actitud del Gobierno abre una puerta a la oposición, en particular al PP y a Vox. Aunque desde perspectivas distintas, los dos habrán de esforzarse en ofrecer no ya simples propuestas coyunturales, sino alternativas globales. Deberán tener en cuenta elementos como los que aparecerán a la vuelta de las vacaciones y de los ERTE, que son la definitiva precarización en el empleo, los sueldos bajos, la desaparición de empresas, el cierre de actividad de autónomos, la volatilización de los ahorros y un Estado quebrado (a pesar de las ayudas europeas) y en trance de confederalización sin vuelta atrás. Hay un enorme campo de trabajo por delante, si se quiere concebir reformas ambiciosas, y no sólo parches que acabarán siempre reforzando al Gobierno social peronista. Hay que querer hacerlo, claro está.