
Opinión
El castigo al vicepresidente Iglesias
Los rebrotes del coronavirus de las últimas semanas no han sido al final un factor que haya alterado los resultados que se esperaban en las elecciones autonómicas celebradas ayer en Galicia y País Vasco. No ha sido determinante, ni puede decirse que las expectativas de algunos candidatos se hayan malogrado por la abstención. La participación ha sido algo inferior en el País Vasco, mientras que en Galicia ha sido incluso más alta precisamente en zonas como La Mariña donde se había puesto en marcha el confinamiento de la población. Pero en ambos casos no se prevé una variación sustancial en sus respectivos gobiernos, aunque sí en los partidos que forman la coalición de La Moncloa. En definitiva, el mapa electoral de Galicia sigue sin cambios, con un claro vencedor, Alberto Núñez Feijóo, que vuelve a revalidar por cuarta vez la presidencia de la Xunta, afianzando su mayoría absoluta y perfilándose como un político capaz de atraer votantes no situados en su perímetro ideológico, lo que suele escasear en estos tiempos y que es un valor que no habrá que perder de vista desde una perspectiva nacional.
La lectura que se puede hacer de estos resultados en el ámbito estrictamente gallego es clara: el PP se ha convertido en el gran partido de gobierno, el que ha demostrado gestionar mejor los asuntos públicos –la crisis sanitaria de la Covid-19 es un ejemplo– y ha conseguido hacerlo sin el uso político que las formaciones muy arraigadas en algunos territorios suelen hacer, confundiendo administración con partido. En definitiva, los resultados ofrenden una estabilidad política que aleja los experimentos –la alternativa era una coalición entre los nacionalistas BNG y el PSG– y, sobre todo, la radicalización política que Pedro Sánchez y Pablo Iglesias han impuesto en el Gobierno central. La estrategia social comunista ha sido duramente castigada. En este sentido, los resultados son también muy claros: el candidato socialista no sufre apenas variación y es incapaz de capitalizar la gestión de Sánchez en La Moncloa, incluso puede entenderse como un impedimento. El actual Gobierno no es un buen ejemplo a seguir y le ha pasado factura. Por otra parte, la caída del partido que representa a Podemos, Galicia en Común, que se ha quedado en la irrelevancia, debería tener consecuencias, aunque Pablo Iglesias ya encontrará alguna «cloaca» a la que recurrir, ya que es difícil de entender que no puedan rentabilizar tener cuatro ministros y un vicepresidente. Estos comicios han dejado claro que el proyecto político de Iglesias produce rechazo. Lo grave es que el presidente del Gobierno ha unido su destino, de momento, a él. En el País Vasco, el PNV mantiene su hegemonía dentro del campo nacionalista, aunque con un avance considerable de EH Bildu, lo que le obligará a seguir buscando el apoyo de los socialistas, que han asumido que ese será su papel, ahora y en el futuro, una muleta de los de Ortuzar, a cambio de recibir su apoyo en Madrid.
Lo que se ha producido en el País Vasco es un hecho que merecerá una lectura más en profundidad: la suma del PNV y EH Bildu les permite tener dos terceras partes de la cámara vasca. Ambos compiten por sectores parecidos, pero ninguno dispone de la mayoría suficiente. El constitucionalismo queda como algo testimonial, dividido y sin posibilidades de tener una estrategia común. Aunque el PSOE insistiera anoche en que estos comicios no son el primer examen del Gobierno, lo cierto es que, lo quiera o no, los datos están ahí. En Galicia ha ganado el PP con un Núñez Feijóo reforzado, con un PSdG que ganó las elecciones generales y ahora es la tercera fuerza por detrás de los nacionalistas radicales del BNG. En el País Vasco, los socialistas son apenas una muleta del PNV y sus socios, Podemos, un mal sueño que acabará siendo una soga al cuello.
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