Opinión

Estamos solos

Estamos solos, sí, y aunque la tentación victimista es fuerte no ignoro que peor estuvieron los valedores de la razón durante el medievo. Pero en lo que atañe a España los adversarios de la redistribución, los enemigos de la igualdad, quienes estiman que el destino del hombre pasa por incardinarse en un proyecto colectivo, patria o muerte, arrasan por doquier. Los resultados de las elecciones en el País Vasco y Galicia ofrecen pocos motivos para sonreír. En vascongadas porque revalida su imperio una suerte de partido único, el PNV, que debe buena parte de su elefantiásico poder al incentivo que supone estar de lado de los privilegios laborales y fiscales para su cautiva clientela; y eso por no hablar de la consolidación de un Bildu que, lejos de replantearse la ética del asesinato político, todavía jalea a los viejos asesinos cuando abandonan la cárcel. En Galicia porque el ganador de las elecciones, Alberto Núñez Feijóo, no deja de actualizar el proyecto nacionalista de baja intensidad del Manuel Fraga terminal, que paseaba de queimada en queimada en compañía del cocodrilo castrista, al que homenajeó, mientras un millón de gaiteros soplaba a mayor gloria del terruño como unidad de destino. Por no hablar de un BNG, puritita xenofobia, cuya fortaleza, como la del PNV y otros, es la de unos sujetos políticos enemistados con los ideales ilustrados y convencidos, como denuncia Steven Pinker, que el «bien supremo es la gloria de la colectividad en lugar del bienestar de las personas que la integran». La feliz debacle de Podemos no eclipsa la evidencia de que en España apenas resta ya una izquierda progresista, envenenada la izquierda real de basura identitaria, embrujos propios del romanticismo alemán, cataplasmas antirracionalistas y, en general, convencidos sus centuriones y partidarios de que España no es sino es la continuación del franquismo por otros medios. En consecuencia toca laminar cuanto nos une, astillar lo común y fomentar la diferencia, la segregación por lenguas y censos, la alambrada que impide la movilidad y el derecho prepolítico que entroniza y justifica que los ciudadanos de unas comunidades gocen de unas pensiones más robustas o una sanidad con más recursos. O abandonamos de una vez por todas el marco mental diseñado por los nacionalistas o pronto será ya imposible contener el avance unánime del pensamiento más retrógrado imaginable y la inevitable metástasis de la convivencia.