Opinión

De las milongazas de Sánchez al rescate

«No habrá condicionalidad», aseguraba hace menos de un mes todo el Gobierno, con Sánchez de pavo real e Iglesias y María Jesús Montero de esforzados comparsas. Los periodistas de argumentario repetían cual papagayos, como si la vida continuara siendo bella, tres cuartos de lo mismo. Una patochada más, es tanto como plantear que cuando pides un préstamo al banco, las condiciones las fijas tú. Estos mismos corifeos mediáticos nos vendieron la moto de que Nadia Calviño era ya, antes incluso de celebrarse la votación, la nueva presidenta del Eurogrupo. Llegaron incluso al absurdo de proclamar que nuestra canciller, González Laya, era «la favorita» para presidir la Organización Mundial del Comercio. Daba igual el insignificante detalle de que no tuviera ninguna posibilidad o de que EE UU no pueda ver a este Gobierno, el caso era continuar vendiéndonos la moto. Pero todo, todito, el 100% que ya es difícil, se fue al carajo. Y no fue cuestión de mala suerte. No. Se trata, simplemente, de la madre de todas las milongazas de la Factoría Iván Redondo, el spin doctor de ese primer ministro español que regresó de Bruselas con el rabo entre las piernas y lamiendo los borceguíes a los calvinistas del norte de Europa. La mala noticia es que nos dejamos engañar por 530ª vez por la banda monclovita. La buena es que en el fondo Rutte y compañía nos invitan a hacer, en forma de rescate, los frugales deberes que jamás hubiéramos acometido solitos. Una tragedia a corto plazo porque obligará a apretarnos el cinturón hasta casi cortarnos la circulación pero una ventura a largo: que se lo digan a Irlanda, Portugal y Grecia, que disfrutan de una economía notablemente más saneada que la nuestra gracias a los recortes de gasto innecesario que se vieron impelidos a ejecutar hace una década. La patética foto de ministros y diputados aplaudiendo al caudillo Pedro –excusatio non petita, accusatio manifesta– certifica lo que Ana Oramas definió como «cachetón» comunitario a los socialcomunistas. No sólo perdemos 5.000 millones en ayudas a fondo perdido sino que, además, las condiciones impuestas son durísimas. Cada euro que se transfiera a Madrid será escrutado compulsivamente. Item más: la reforma laboral seguirá vigente in sécula seculórum y el gasto público se jibarizará. Se acabó tener más coches oficiales y más políticos per cápita que nadie. ¡Ah! y Sánchez ya puede ir diciendo «au revoir» al Falcon 24/7.