Opinión

Y asaltaron... la caja

Recuerdo nítidamente cómo al Pablo Iglesias de La Sexta Noche se le llenaba la boca con la pàlabra ética. «Ética» por aquí, «ética» por allá, «ética» por acullá. «Ética» a las 21:30, «ética» a las 22:00, «ética» a las 22:30 y «ética» a las 23:00. Habían llegado para acabar con la mangancia del PP, mangancia que por cierto saqué yo, No había sábado en el que no hablase del partido «más corrupto de Europa», el PP, cómo no. Tampoco en el que no afease la conducta con insultos de grueso calibre a una Esperanza Aguirre a la que, además del machistoide y repugnante «señora condesa», obsequiaba con epítetos que iban desde el más light «gentuza» hasta el querellable «ladrona». Otro de sus gigantescos zascas tuvo como objetivo a Rajoy en agosto de 2017 en el Congreso. El macho alfalfa echó mano de su habitual tono fantoche, ése que a veces esconde con la cínica versión curilla, a la hora de dirigirse al entonces presidente del Gobierno: «Usted es el mayor responsable de la corrupción». «Seguiremos trabajando para echarles del Gobierno», apostillaba el entonces vecino de Rivas-Vaciamadrid. Un servidor sabía que tenía las manos manchadas con la tinta verde de los dólares estadounidenses. Para aquel entonces ya había trincado al menos 8 millones de dólares del sanguinario narcodictador Hugo Chávez, más otros 272.000 que el autobusero Nicolás Maduro le había traspasado a una cuenta en el paraíso fiscal de las Islas Granadinas. Un año antes habíamos publicado el verdaderísimo, fidelísimo y premonitorio informe Pisa (Pablo Iglesias Sociedad Anónima), en el se probaba más alla de toda duda razonable que la teocracía iraní que cuelga homosexuales y lapida mujeres le había untado con la friolera de 9 millonazos. Una de esas noches le pregunté en directo si el móvil que aparecía en el informe Pisa como pagado sistemáticamente por empresas vinculadas a la tiranía de los ayatolás, concretamente el 673298***, era el suyo, a lo cual no le quedó más remedio que responder con cara de asesino con un elocuente «sí». La absolutísima mayoría de los medios se hacía los suecos ante el avasallador caudal de tropelías. Los unos, porque le tenían miedo al matón, y los otros porque eran y son periodistas lacayuelos. Claro que también los hay encantados de jugar el rol de sicarios y disparar contra todos los disidentes que señale el führer de Galapagar. Pero yo siempre tuve claro que no había que aflojar. Que, como quiera que Dios escribe derecho con renglones torcidos, antes o después la verdad acabaría imponiéndose. La experiencia es un grado: me pasó con el caso Munar, con Urdangarín, con la financiación en negro del PP, con los sms de Rajoy a Bárcenas, con Ignacio González, con Pujol y con un largo etcétera en el que comenzaba teniendo enfrente a los envidiosos de la profesión y a los periodistas de cámara del golfo de turno y acababa teniendo la razón. La entrada en escena del ex abogado del partido morado, José Manuel Calvente, el pasado diciembre de la mano de Okdiario hablando de caja B y sobresueldos al más puro estilo de la peor Génova 13 era la pistola humeante que necesitaban los incrédulos y los timoratos para atreverse a cantarle las cuarenta al ahora vicepresidente. Por no hablar de esa nueva sede adquirida a través de su tía Paloma, a la que han astillado una comisión de 72.000 euracos. El caso Dina, devenido en caso Iglesias, con el cual intentó cerrar nuestro periódico y asesinarme civilmente, es la gota que colma el vaso: falsearon pruebas, mintieron al juez y jugaron de tikitaka con el fiscal para convertir en verdad sus mentiras e imputar a gente tan decente como inocente. Me troncho pensando que el jeta que por acción u omisión ha perpetrado todas estas fechorías sea el mismo que quería asaltar los cielos para acabar con un PP «que paga con dinero negro» y «que presiona a jueces, fiscales y policías para proteger a los corruptos». Aun con todo, me quedó con el tuit que publicó el 24 de mayo de 2018: «La democracia no puede soportar delincuentes a los mandos del Gobierno». Tenías y tienes toda la razón, Pablemos. Aplícate el cuento, majete.