Opinión
¡Por la Historia! Una vez más
Según Isaiah Berlin, la Historia vendría a ser el mar sobre el que flota el navío que transporta los seres humanos, hacia un puerto que no conocemos con certeza. Sin embargo, su estudio proporciona las referencias, que permiten sortear los escollos capaces de provocar graves daños o hacer naufragar el barco. Claro que los pasajeros, la tripulación y el capitán, principales responsables de la nave, pueden elegir lo mejor o lo peor en uso de su libertad (riesgo definitorio de la condición humana) o de su ignorancia. Tal vez por eso, en los momentos de especial preocupación por el presente, y de mayor desorientación hacia el futuro, tendemos a interrogar al pasado. Se hace patente entonces la reivindicación de la Historia, cómo ámbito de la existencia de la humanidad, y de la historiografía, constitutiva en gran medida del saber histórico. Un poco en la línea de la ya lejana «Apologie pour l’histoire ou Metier d’historien», de M. Bloch. A eso invitamos hoy en esta hora tan necesitada de una reforma hondísima de nuestra vida nacional. Poco a poco aumenta cada día el número de quienes reclaman alguna señal alentadora, frente al marasmo que sufrimos, derivado de la grave crisis que tan duramente nos golpea. A pesar de eso, buena parte de los españoles continúa adoleciendo de una enfermedad en cierto sentido mortal; no el síndrome del SARS-CoV-2, sino la frivolidad. Para combatirla, deberemos asomarnos a la Historia desde una perspectiva que haga posible, como escribió Palacio Atard, conjugar la libertad individual y la solidaridad social con las instituciones. Eso que siempre se llamó patriotismo, palabra hoy condenada al olvido. Pero acaso no haya otro respiro ante la asfixia de la banalidad y el egoísmo cómplice de tantos, en la indeseable situación de España, que el desgraciadamente lejano y casi inaudible latido de lo español. Se hace necesario buscar en la experiencia colectiva, a pesar de la dificultad que encierra por los esfuerzos de algunos en fomentar nuestro propio desconocimiento, para reanimar desde ella, el impulso vivificador. Porque como decía Antonio Maura, en 1904, el español se debilita cuando no llega a comprender el concepto de Patria. Muchos tienen un sentimiento de ella, entre lo trágico, capaces de derramar su sangre si fuera preciso, y lo cómico, al reducirlo al entusiasmo sin límites desatado por cualquier éxito deportivo. Pero no llegan a entenderla, entre otras cosas, porque los hechos positivamente grandes protagonizados por los españoles, no han sido bastante ni bien estudiados, cuando no simplemente proscritos y, en consecuencia, no valorados como merecen; privando así a nuestro patriotismo de importantes estímulos. El legado vivo de nuestra enorme contribución a la cultura, y a otros campos de la civilización occidental, puede y ha de ser un elemento clave para el reforzamiento del patriotismo español. Un factor de confianza en nuestras posibilidades, junto con otros más prosaicos, de cara a los desafíos de hoy y del tiempo después. Ya hemos demostrado claramente nuestra capacidad para la consecución de grandes logros en los últimos tiempos, en el terreno económico, social y, cosa infrecuente, también en el político; siempre desde la unidad … Por ejemplo, el espectacular desarrollo económico de los primeros años del decenio de 1960, hasta 1975; la modernización de nuestra sociedad, y la Transición política 1975-1978, admirable y admirada hasta que hace poco,se abre una ofensiva contra ella por parte del populismo radical. Hablamos de un patriotismo activo en todos los órdenes, consistente en la participación cívica en los intereses comunes de la sociedad en que vivimos. Una cualidad moral, una virtud que obliga a todo ciudadano en cuanto tal. Algo imposible cuando la Historia se suplanta por ese «historicidio» flagrante llamado «memoria histórica», trufada de intereses sectarios al servicio de un dogmatismo que conduce, inevitablemente, a la división y a la confrontación social. España necesita afrontar el futuro con un proyecto innovador que despierte ilusión general, y la inclusión en él de todos o casi todos. Solo así, podremos optimizar los recursos humanos y materiales, públicos y privados, disponibles, respondiendo eficazmente a la exigencia de Europa, ocupando en ella la posición que nuestro país merece. Esta es la demanda planteada por los principales sectores de la sociedad civil. Pero la enorme asimetría entre la praxis política, alicorta y mezquina, encerrada por el cortoplacismo miope, y los límites del redil de los nacionalismos excluyentes e insolidarios, constituye el mayor de los obstáculos para la recuperación económica y social. La historia inclusiva, en la que podemos inspirarnos, indica que somos capaces de lo mejor y de lo peor. Lo primero requiere el conocimiento de lo que hemos hecho y de nosotros mismos, buscando cualquier tarea común. Es hora de que el discurso político supere de verdad las posiciones partidistas y venga a coincidir con el objetivo nacional.
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