Opinión

Ciencia y milicia

Es poco conocido que durante el siglo XIX una gran parte de los científicos españoles procedían del Ejército y de la Armada –y más concretamente, de las Armas de Artillería e Ingenieros, con el acreditado precedente de la Real Academia Militar de Matemáticas y Fortificación de Barcelona– consecuencia de las necesidades técnicas que ya por entonces precisaban los ejércitos y del poco desarrollo de la industria civil de la época.

Ejemplo de lo anterior lo tenemos en el General Zarco del Valle, miembro fundador y primer presidente de la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales; o el General Mathe Aragua, inventor del telégrafo óptico y autor del proyecto de la  red de telegrafía eléctrica en España; o el Teniente Coronel Cervera Baviera, a quien se le atribuye la invención de la radio 11 años antes que Marconi, aunque la falta de apoyos le impidió su desarrollo. Más recientemente, el general Emilio Herrera, pionero de la aviación, fundador de lo que hoy es la Escuela Superior de Ingenieros Aeronáuticos e inventor del traje espacial, siendo el único español que le da nombre a un cráter en la luna. Y como estos, son muchos los científicos militares del Siglo XIX, desgraciadamente, caídos en el olvido.

Uno de ellos es el General Don Carlos Ibáñez e Ibáñez de Ibero, gran precursor de la geodesia y de la metrología española, quien alcanzó un gran prestigio nacional e internacional.

 Nacido en Barcelona en 1825, de ascendencia navarra y vasca, ingresó muy joven en la prestigiosa Academia de Ingenieros del Ejército, graduándose como teniente en el año 1845. A pesar de haber vivido en una época especialmente convulsa, nunca tuvo inquietudes ni ambiciones políticas, dedicándose exclusivamente al cumplimiento de sus obligaciones castrenses y a sus labores científicas. Desde muy joven destacó en sus estudios. Como hablaba con fluidez inglés, francés y alemán fue comisionado por el Ejercito para visitar otros países e intercambiar experiencias, producto de lo cual fue su primera obra «Manual de Pontoneros».

 Interviene en la campaña de Portugal, levanta el plano de Valença do Minho y el itinerario Oporto-Tuy. Proyectó y bajo su dirección se construyó en París el denominado «aparato Ibáñez», para la medición de bases geodésicas. Con dicho aparato efectuó la medición de la base central de la triangulación geodésica de España. La Academia de Ciencias de París la calificó de «memorable operación científica», habiendo obtenido un error probable de tan solo 1/5.800.000 de la longitud medida. En 1864 publicó «Estudios sobre nivelación geodésica» y en 1871 «Descripción Geodésica de las Baleares».

En 1870, el entonces Coronel Ibáñez, fue nombrado primer director del Instituto Geográfico y Estadístico, hoy Instituto Geográfico Nacional, creado a iniciativa suya y cuyo proyecto y organización se deben por completo a él.

Inició el levantamiento del mapa topográfico de España a escala 1/50.000, que fue el mapa nacional de España hasta 1975.

 Uno de los mayores éxitos internacionales del General Ibáñez fue la unión geodésica en 1879 de Europa y África, a través de los vértices Filhaoussen y M’Sabiha en Argelia, y Tética de Bacares (Almería) y Mulhacén en España. El éxito fue rotundo a pesar de las innumerables dificultades que tuvieron que superar, de forma que el error de cierre de la triangulación geodésica fue de menos de un segundo de arco, y la diferencia de longitud entre M’Sabiha y Tética de 6´ 15¨, con un error de menos de una centésima de segundo, lo que resultó ser de una sorprendente exactitud. El enorme éxito de la operación geodésica y su repercusión internacional le valió el título de Marqués de Mulhacén, actualmente vigente en la persona de su biznieto.

 El prestigio internacional de Ibáñez motivó que la Confederación Helvética solicitara al gobierno de España su traslado a Suiza para medir la base geodésica central en el cantón de Berna, lo que llevó a cabo con brillantez, ya que el error probable de la medición fue de tan solo 1/3.000.000. En 1883 presidió la Comisión de Límites entre Colombia y Venezuela para informar a la Reina Regente como Árbitro del conflicto internacional surgido entre ambas repúblicas.

En 1885 se incorpora a la Academia de Ciencias de París, perteneciendo también a las de Madrid, Barcelona, Berlín, Roma, Bruselas, Washington, República Argentina, Instituto Egipcio, Real Sociedad Estadística de Londres, Comisión Central de Estadística del Reino de Bélgica, entre otras entidades. Sin embargo, el mayor reconocimiento internacional lo obtuvo al presidir, durante más de quince años, el Comité Internacional de Pesas y Medidas y su Comisión Permanente, organismo internacional con sede en París, cuya función principal es el establecimiento de los patrones de las unidades de medida, entre ellas, la longitud y el peso: el metro y el kilogramo. También presidió hasta su fallecimiento la Asociación Geodésica Internacional.

En 1891 muere en Niza, donde residió los últimos años de su vida, pobre y lejos de su Patria. Su familia no pudo pagar el entierro y sus retos aún reposan en el nizardo Cimetière du Château. Lamentable final para un ilustre militar y científico como otros tantos memorables españoles a quienes, con evidente injusticia, la Historia los tiene olvidados. La celebración en estos días del 150 aniversario de la fundación del Instituto Geográfico Nacional, que el General Ibáñez de Ibero creó y dirigió durante 20 años, podría el momento idóneo para reivindicar su obra.