Opinión

Desobedezca a Sánchez, Majestad

Hubo un tiempo en el que los presidentes respetaban la Constitución. Un tiempo que puede decirse que fueron todos los mandatos, incluido el del inefable Zapatero, que es el que puso las simientes de la destrucción del 78. El que mejor practicó el enrevesado deber de la cohabitación con el Rey fue un Felipe González que siempre estuvo en su sitio consiguiendo, en un perfecto ejercicio de funambulismo, que su antagonista tampoco se saliera un milímetro del suyo. No puede decirse lo mismo de Adolfo Suárez, que tuvo que irse por piernas de Moncloa por presiones no ajenas a Don Juan Carlos, o de José María Aznar, que sencillamente no tragaba al monarca, básicamente, porque en su austera cabeza no encajaban las trapacerías borbónicas. Sánchez ha hecho exactamente lo que nunca puede ni debe hacer un presidente constitucional: aliarse y gobernar con toda la chusma que quiere cargarse por las malas la legalidad que él y el inquilino de Zarzuela representan. Cuando te alías con el diablo, normalmente acabas arrollado por él, más que nada, porque a malo siempre te ganará. Elemental. Eso es lo que está sucediendo exactamente a nuestro indeseable jefe del Ejecutivo, al que lo mismo le da ir de la manita de los embajadores del narcoterrorista Maduro que de los golpistas catalanes o de esos proetarras cuyos capos se llevaron por delante 856 vidas. El caso es mantenerse en Moncloa al precio que sea y continuar volando en Falcon, que eso de pasar del jet a los vuelos de masas debe ser una faena monumental y más en los tiempos de Covid que corren. Es tal la amoralidad del sujeto que no ha dudado en perpetrar un golpe de Estado silencioso, lento pero tenaz, tan cínico como evidente, que tiene como perogrullesco objetivo erosionar si no acabar con la Jefatura del Estado encarnada en Don Felipe. Los feos institucionales al vértice de la pirámide se cuentan ya por decenas. Los dos últimos son una auténtica burla a la Constitución, a la legalidad en general y a la figura de la Corona. La prohibición al Rey de viajar a Barcelona a la entrega de los despachos a los nuevos jueces, costumbre inveterada, para contentar a quienes perpetraron un golpe de Estado hace tres años es una prevaricación de manual. Si esto no es una resolución injusta adoptada a sabiendas, que venga Dios, el diablo o el sursuncorda y lo vea. Y contra actos ilegales, no cabe la obediencia debida del Rey al Gobierno que la Constitución establece en su artículo 64. Don Felipe no puede ni debe tolerar una chulería ni una golfada más. Yo que él hubiera cogido los bártulos y me hubiera plantado ayer en Barcelona y a ver quién carajo tenía narices para prohibirle presidir el solemne acto en la Escuela Judicial. Y si llegado el caso, le ponen encima de la mesa el indulto a los tejeros catalanes, que se plante y le diga al Rey Pedro que los firme su reverendo padre o su santa madre. Ni una más, Majestad.