Opinión

Pedro en San Pedro

El presidente del Gobierno iba al Vaticano a hacerse la foto con Francisco, el Papa que gusta a Pablo Iglesias, el de las encíclicas sociales y castigador del capitalismo. Oh, vale la pena arrodillarse ante un ídolo de la Iglesia, en vísperas de Halloween, aunque en España se cierna la sombra de Nosferatu sobre la enseñanza concertada y la fiscalidad de la Conferencia Episcopal, si el electorado concluye que un presidente que va a ver al Pontífice no puede ser un demonio y, aunque así fuera, saldría exorcizado con un poco de mate bendecido. Pedro estaba en San Pedro, un poco consigo mismo, Pedro por su casa, como siempre, rezando hacia dentro el decreto del estado de alarma y en cómo confinar al PP. El presidente parecía que haría la primera comunión de luto en vez de con el disfraz de marinero. Hacía justo un año que empezó a desmantelarse el Valle de los Caídos. Las pericias de la casualidad. Pero en esto llegó el rapapolvo. No sabemos qué pecados confesaron en privado. Después, vino la penitencia en forma de análisis político, con esa finura de la Santa Sede que cuando quiere soltar un torpedo parecen caricias de ángeles sobre mejillas ajenas. Francisco demostró saber latín, que ya es cosa de Papas y herejes cultos. «Síndrome 1933», con el título de este libro de Siegmund Ginzberg, anunció la mala nueva, la nube negra que se cierne sobre España que descarga tormentas de odio. «¿Y si los estallidos de tragedia y las comedias semi serias de la política actual son solo un déja vu de nuestro pasado?», sostiene el autor. Pues eso es lo que nos pasa, que de tanto viajar en pretérito acabaremos confundiendo el subjuntivo con el presente de indicativo hasta cavar nuestra fosa de muertos sin patria. Lo bueno que tiene el Vaticano es que allí no se grita como en el Congreso, que a todos se les pone la vena de María Patiño en el cuello. Lo que hace la bofetada más sonora. El presidente abandonó aquel recinto de pasillos jeroglíficos con las «ideas sectarias» en la cabeza y sin mascarilla, que será el protocolo que manda el Espíritu Santo. Y es que cuando se cae en el infierno es imposible volver al purgatorio.