Opinión

Las costuras de Sánchez

En el más puro estilo del despotismo ilustrado, que clamaba «todo para el Pueblo pero sin el Pueblo», Pedro Sánchez ha dado otro ejemplo de traición a sus propios postulados, ese «caballo regeneracionista» a cuyos lomos entró galopando en el Congreso de los Diputados en su moción de censura contra Mariano Rajoy.

Sánchez y sus estrategas no dejan pasar la oportunidad para que al líder del PSOE se le vean las costuras. La pretensión de aprobar-imponer, de una tacada, una prórroga de seis meses del estado de alarma, sin someterse al control parlamentario ni judicial, sólo sirve para corroborar la distancia que guarda con la realidad. Él, que iba a convertir las Cortes en el centro neurálgico de su acción de gobierno. Ya.

Muy al contrario, sin autocrítica alguna, sin ofrecer certezas a la incertidumbre que atenaza a los ciudadanos, cuando España está llena de angustia por el virus que mata y por el hambre que trae, el presidente se nos representa políticamente confinado en La Moncloa, llegando al extremo de confundir su persona con la propia soberanía nacional. ¿Se puede hablar ya de síndrome de La Moncloa? Estamos ante un «Pedro Bonaparte», cada vez más aficionado a ese nuevo «palio» de la propaganda, y más perezoso con la rendición de cuentas a la que debe someterse cualquier líder democrático.

Desde luego, Sánchez ha acentuado su imagen autoritaria al negarse a defender el próximo jueves en la Carrera de San Jerónimo la extensión de una herramienta tan excepcional como el estado de alarma, delegando tal papel en su ministro de Sanidad, Salvador Illa. Si a ello se suma que la excusa para su plante es la asistencia telemática a un Consejo Europeo informal convocado a las seis y media de la tarde, cuando el Pleno se celebra a las 9 de la mañana, queda claro que el presidente vive instalado en una realidad paralela. Busca huir hacia adelante para evitar cualquier ocasión en la que otras voces distintas a sus palmeros puedan sacarle los colores.

El presidente del Gobierno, cuando pide colaboración, unidad y arrimar el hombro, lo hace pensando siempre en establecer una relación beneficiosa para sus intereses personales. Es la imagen de un líder político ególatra. Lo único importante para Sánchez es Sánchez. Tampoco le duelen prendas a la hora de incumplir con el Congreso mostrando lo poco que le importa la cámara que le ha elegido. Y para qué hablar de la soberbia con la que despacha a la oposición. Eso sí, está demostrando que teme volver al escenario de los momentos más duros de la crisis sanitaria, cuando sostenía que el Parlamento debía revalidar el paraguas constitucional cada 15 días para ofrecer todas las garantías a la limitación de derechos fundamentales. Aquello ya no vale, porque le desgasta.

Ni siquiera ha aprendido la lección de la primavera. Sánchez y sus portavoces siguen parapetándose una y otra vez en expertos anónimos y en la «ciencia» para reclamar obediencia ciega a todos los demás. Por más que intramuros de La Moncloa se señale el auténtico pavor con el que mira el descontrol del coronavirus. Sin embargo, el presidente no ha sido capaz de mover ficha alguna hasta verse empujado por las Comunidades Autónomas. Parecería que estamos ante un líder paralizado cuya verdadera obsesión es ponerse a resguardo. Mientras, los ciudadanos cada día están más cansados del marketing y de sus apelaciones vacías en los alós a la «máxima unidad», a la «moral de victoria» o el «espíritu de equipo». España necesita estar en manos competentes en horas tan duras.