Opinión

Sánchez, el émulo de «Franquito»

Francisco Franco no era al principio el ser despiadado que firmaba sentencias de muerte compulsivamente. Tampoco el ser inmisericorde que no movió un dedo para evitar la ejecución de su más que primo, casi hermano, Ricardo de la Puente Bahamonde, militar afecto al bando republicano. Las apariencias engañaban o tal vez es que modificó su personalidad con el paso de los años para convertirse en el terrible dictador que fue. Al inicio de su carrera todos se reían de un individuo chaparrito, casi más ancho que largo, de voz aflautada, tímido, taciturno, que balbuceaba cuando al fin abría el pico y meapilas a más no poder. Por algo le llamaban Franquito. Con Sánchez nos está sucediendo algo parecido. Cuando lo cooptaron secretario general en 2014 se nos antojaba un tipo sin fuste, muy simpático, eso sí, y más guapo que listo. Muy pronto comprobamos que si bien no era el más espabilado de la clase sí constituía un personaje al que le daba igual ocho que ochenta y que se pasaba los consensos históricos del PSOE por el forro de sus pelendengues. En resumidas cuentas, que con tal de llegar a Moncloa era capaz de vender a su madre o a Jesucristo redivivo si era necesario. El gatillazo en forma de primer Gobierno Frankenstein(2016) fue el primer botón de muestra de que para conseguir sus fines a este sujeto le valía cualquier medio por maquiavélico o siniestro que fuera. Aunque conllevase pactar con Bildu, el partido heredero de quienes asesinaron a 11 socialistas, con los golpistas de ERC o con ese Iglesias con el que se llevaba a matar. Lo descalabraron torpemente, volvió, vio y venció. Si bien no es el más listo de la clase, es obligado reconocerle una tenacidad inigualable y una capacidad innata para cumplir el aforismo de Cela: «El que resiste, gana». Me recuerda a esos baloncestistas cero talentosos pero que corren, presionan y saltan más que nadie consiguiendo que la actitud derrote a la aptitud. El político sin fundamento pasó, nada más okupar Moncloa, a convertirse en un chuleta al que Alfonso Guerra clavó: «Ese afán de protagonismo, ese estudio de sus gestos y sus poses, ese terrible vacío en todo cuanto dice, esas ansias porque no lo saquen de allí ni con agua hirviendo, aunque para ello tenga que asociarse con lo peor de cada casa…». Pues bien, este mismito Sánchez se ha transformado, como por arte de birlibirloque, en una suerte de psicopático satrapilla que se cisca en la división de poderes mientras dicta resoluciones inconstitucionales. Su «¿de quién depende la Fiscalía?», el golpe de Estado bolivariano al Poder Judicial, la declaración de un estado de alarma que septuplica la duración legalmente prevista, su pretensión de no dar cuentas de él en dos meses y el feo que anteayer hizo al Parlamento, largándose a la media hora de iniciarse el debate, han activado todas las alertas. Es un Franquito con piel de cordero. Un autócrata que se mira en el espejo y ve en él a Putin o Erdogan. Claro que siempre nos quedará Bruselas y encomendarnos a Santa Úrsula (von der Leyen) para que pare los pies a este Madurito travestido de socialdemócrata.