Opinión

Transformación

Cuando algo duele hondo, la mente ejerce un compasivo mecanismo, te anestesia. En eso estoy ahora. Ahora que me voy al teatro a ver la última función de «Transformación». Un proyecto que empecé a dibujar hace tres años a raíz de que mi hija, entonces, me confesase que era un hijo, un chico trans. Mi desconocimiento me hizo pasarlo mal, lo viví como una especie de muerte. Nada más lejos de la realidad. Porque una persona trans que consigue hacer su cambio sigue siendo la misma persona y, más que morir, resucita. Hoy tengo un muchacho hermoso al que nunca he visto más feliz. Y en ese camino de transformación, que hice con él, me di cuenta de que tenía que contarlo, comunicar al mundo que esos seres cuya identidad no se corresponde a la que dice su dni, son solo misterios de la naturaleza, como tantos y tantos otros. Y que desvelarlo es para ellos la única manera de ser. ¿Quién soy yo? La pregunta del héroe que pocos nos hacemos, pero que elles, los valientes elles, enfrentan con el coraje de los dioses. En ese camino convoqué talleres de teatro para hombres transgénero con el objetivo de conocerlos mejor y escribir un texto teatral. Ellos tendrían que ser sus intérpretes. Todo tenía que ser verdad. Hace casi tres años comenzamos. Hace casi uno la pandemia nos robó el primer estreno. Pero el uno de octubre, después de soportar un confinamiento y muchas más penalidades, conseguimos estrenar sin saber si la nueva ola vírica nos dejaría continuar. Dicen los que la han visto que es una función mágica. Como mágico es el proceso de transformación humana. Hoy vamos a la función treinta y cinco, la última. Ojalá de momento.