Opinión
La casta de Iglesias y Arrimadas
El ala más progresista de Ciudadanos estaba dispuesta a tragar, hasta hace apenas unas horas, con lo que ni siquiera la mayoría de militantes socialistas está de acuerdo
En los años ochenta, en un intento de escisión del PSOE, un grupo de militantes intentó formar un partido alternativo en la Comunidad Valenciana. La valoración del caso que hizo un destacado asesor de Felipe González fue impecable: “fuera de la fe, no hay salvación”.
En el pecado de Ciudadanos va la penitencia. Un partido político que se formó con ex socialistas y ex populares enfadados con sus respectivas formaciones políticas, estaba abocado al fracaso.
Mientras Pedro Sánchez ha cerrado los Presupuestos Generales con Bildu y prácticamente con ERC, Arrimadas anda haciendo el papelón de la temporada y, lo que es peor para ella, todo pinta a una ruptura en dos mitades de la naranja que acabará siendo zumo.
El ala más conservadora, representada por la alargada sombra de Rivera y su hombre de confianza, Villegas, ya tiene un pie puesto en el Partido Popular. El ala más progresista de Ciudadanos estaba dispuesta a tragar, hasta hace apenas unas horas, con lo que ni siquiera la mayoría de militantes socialistas está de acuerdo: la retirada del castellano como lengua vehicular en Cataluña.
El ataque interno está guardando el formato de los clásicos en política, primero el dirigido hacia el entorno directo de la líder y, cuando sea suficientemente explícito el malestar en los medios de comunicación, se remata la jugada con un movimiento abierto contra ella, como si de una partida de ajedrez se tratase.
Casado y Sánchez han visto clara sus respectivas jugadas. Al líder popular le viene que ni pintada su nueva posición más centrada y alejada de Vox, para recuperar esa parte del electorado que un día perdió el PP.
El socialista no busca tanto el apoyo electoral de los antiguos votantes naranjas, ese ya lo recuperó después de la foto de Colón y el pacto en Andalucía. Se trata de buscar mayor comodidad parlamentaria.
Un apoyo eventual de Arrimadas en alguna votación importante, como los presupuestos, e, incluso, alguna promesa a futuro, tal como hizo en su momento con Irene Lozano, que pasó de insultar a los socialistas a ser primero diputada nacional y, luego, a apoltronarse en la dirección del Consejo General de Deportes, a costa de ellos.
El experimento de Ciudadanos ha fracasado, solo falta certificarlo oficialmente. Nunca llegó a salir del laboratorio. Liderazgos erráticos, inmaduros e incoherentes ha sido su saldo a la política española.
Ahora viven el naufragio, en el que cada uno busca una madera a la que agarrarse para no dejar de ser políticos profesionales, algo que detestaban cuando nacieron como partido.
No serán los únicos. Podemos es sujeto de las mismas contradicciones, de sus fundadores y, protagonistas en los primeros momentos, solo queda Iglesias. Señalaban a todos los demás como la “casta” y la verdad es que nunca se ha conocido un modo más estalinista del ejercicio de la política. Casta de la de verdad.
Treinta y cinco años después, son actuales las palabras de aquel asesor del presidente González, Roberto Dorado.
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