Política
Política de «likes»
Más que política, lo que tenemos es un clima político, que es justo por donde suelen tensarse las costuras de la democracia. El otro día, no sé cuando ya, porque el confinamiento nos va dejando una trabazón de días siameses y miméticos, de casa y paseos cortos, salió Rufián hablando catalán en el Congreso de los Diputados. Como fue amonestado por Meritxell Batet, nuestra cariátide de la cámara, por no emplear la única lengua que entienden todos los diputados, el chaval dedujo que aquello era una prueba de la persecución del catalán o algo por el estilo, lo que, aparte de un dislate, es confundir el agua con el cántaro. Podría haber concluido que los idiomas son y existen para hacer posible el entendimiento, que es por lo que se le interpeló, pero aterrizar en la idea del agravio como que resulta más pronta y está más a mano.
La política en democracia, porque existe otra política que se hace fuera de ella, debería resultar un arte de pactos y acercamientos, pero ha tomado la sinuosa determinación de convertir los puentes en barreras y las lenguas en muros, que es justo lo contrario para lo que fue articulada por los griegos, que ya tuvieron la intuición magistral de que fuera del demos y el diálogo lo único que existen son satrapías. La política ya no es un asunto racional, por lo que se ve, sino emocional. Los encargados de lo público parecen más pendientes de epatar en Twitter y animar al corifeo de los suyos que de gobernar. Eso de llegar a acuerdos es visto ya como una cosa de abuelos. Lo que se lleva. Lo «cool», es una política de «likes», de refuerzo de los tuyos y conseguir más seguidores en el Facebook del partido, que es hacia donde está orientado todo.
Por eso, tenemos a Rufián y otros varios rufianes dando la nota y montando el circo, haciendo perder el tiempo a la política, que es hacérsela perder a la ciudadanía, y convirtiendo el Congreso es una lonja de disparates y desmanes. A lo mejor estos muchachos deberían vacunarse contra esa política/miniatura de la emoción y el aventurismo del cortoplacismo. Quizá así tendrían una caída, igual que la de aquel San Pablo, y terminarían dándose cuenta que los catalanes no tienen un solo idioma, el catalán, sino dos y los dos le pertenecen.
El castellano es una lengua tan de Cataluña como lo es de Andalucía, Extremadura, Castilla y León o Galicia, que tienen el gallego y han dado literaturas tipo Valle, Cela o Pardo Bazán. El hombre es suficientemente grande para que quepan dentro de él no un idioma, sino tres o cuatro o más, y ninguno sobra. Lo demás es pensamiento medieval. En Cataluña ha habido/hay escritores como Marsé, Mendoza o Vázquez Montalbán, que vienen a demostrar esto y que mola citar, pero que dentro de esta política del frentismo y el «me gusta», como que no les encaja que haya tipos por ahí de la tierra haciendo novela con el idioma que quiera. Si Conrad levantara la cabeza.
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