Sociedad

El maestro Yoda y los antropólogos

«¿Qué son los mitos sino auténticas falsedades? ¿Y acaso por ello dejan de ser importantes o influyentes?»

Fue un mes de noviembre como este, pero de hace veintiséis años. Por aquel entonces trabajaba como coordinador del equipo de reporteros en la revista mensual Año Cero y la redactora-jefe de la competencia, Concha Labarta, me telefoneó con exquisita discreción para invitarnos a Manuel Carballal y a mí a una reunión secreta con Carlos Castaneda. A mediados de los noventa Castaneda era uno de los gurús estelares de la New Age. En 1968 publicó un libro que marcaría los años hippies de la contracultura, el LSD y las protestas contra la Guerra de Vietnam: Las enseñanzas de don Juan. Lo de menos fueron los casi treinta millones de copias que vendió de ese y los doce títulos que lo siguieron, sino su impacto en la mente colectiva de un Occidente ávido de trascendencia. Aquel libro de conversaciones entre un estudiante de antropología de la Universidad de California con un chamán mexicano experto en cactus alucinógenos llamado Juan Matus inspiraría desde el concepto de «la fuerza» que George Lucas incorporó a los guiones de Star Wars, hasta el célebre tema de los Eagles, Hotel California. Por si fuera poco, el autor había decidido ocultar su identidad impidiendo la circulación de imágenes suyas hasta la obsesión, convirtiéndose así en el «maestro espiritual» más huidizo de la naciente Era de Acuario. Era lógico que una invitación así nos pusiera nerviosos a Manuel y a mí.

Nuestra cita iba a tener lugar en un reservado del restaurante L’Alsace, a unos kilómetros al oeste de Madrid. «No podéis llevar ni cámaras, ni grabadoras», nos rogó Concha. Esa tarde, cincuenta minutos antes del evento, recogí a mi amigo en la puerta de la facultad de Ciencias de la Información y salimos volando hacia allá. El reservado vibraba con las treinta de personas que habían respondido a la llamada, entre ellas algunas celebridades de la vida cultural del momento, aunque enseguida tuvimos la impresión de que Manuel y yo éramos los únicos que no pertenecíamos al «círculo de confianza» del gurú. Al fin, a eso de las siete, sin hacerse esperar, un hombre enjuto, bajito, de cierta edad pero exultante de energía, cruzó la sala hasta situarse sobre la pequeña tarima que habían habilitado para él. «Vengo para excitarles intelectualmente», soltó ante una parroquia que iba a dejar de pestañear durante los siguientes minutos. Era Carlos Castaneda.

El hombrecillo hablaba un español perfecto. Complacido de recuperar el idioma que había aprendido en su Cajamarca peruana natal, aprovechó la ocasión para acrecentar su «leyenda personal». «Antes de publicar Las enseñanzas de don Juan escribí otro libro que titulé The crack between the worlds, pero perdí el manuscrito en un cine japonés de Los Ángeles y jamás lo recuperé… ¿Saben? Era un mal libro. Fue cosa del destino». Pese a que Concha Labarta nos había prohibido introducir en la sala ningún instrumento de grabación, la anfitriona me dejó usar un cuaderno. Y en las notas que tomé aquel día –y que encontré la semana pasada–, recogí más asertos. Castaneda nos habló de sus tropiezos con los que llamó «seres cíclicos», personas con distinto aspecto, raza o edad, aunque con idéntica personalidad, memoria y carácter, a las que aseguró llevar veinte años persiguiendo. «Son seres de otra dimensión que se infiltran entre nosotros». También defendió que era posible, mediante un duro entrenamiento chamánico, hacer que nuestra memoria liberara en breves segundos los recuerdos de toda una vida. A eso lo llamó «la recapitulación». Y hasta tuvo tiempo de desdeñar a otros gurús del siglo, como Yogananda o Krishnamurti, a los que dijo haber conocido.

La audiencia no respiraba. Tampoco lo hizo cuando alguien le sacó lo de George Lucas. Para aquel grupo era imposible atender a un diálogo entre Luke Skywalker y Yoda sin saborear satisfechos que su origen se escondía en las conversaciones entre Castaneda y don Juan Matus. Sin embargo, el maestro se sacudió aquella responsabilidad argumentando que Lucas había leído también textos de otros antropólogos, como Joseph Campbell. «Busquen El héroe de las mil caras y sabrán de qué les hablo. No obstante», añadió, «todo lo relacionado con don Juan no es algo que pueda describirse; ha de hacerse».

El tiempo que ha pasado desde aquella reunión ha terminado por poner las cosas en su sitio. Carlos Castaneda falleció en 1998 legándonos una obra publicada en 17 idiomas, seguidores incondicionales en el mundo del arte y del cine, discípulas implicadas en rumores sobre el increíble apetito sexual del gurú, suicidios… y hasta la negrísima sospecha de que su maestro don Juan –el auténtico Yoda– no existió mas que en su imaginación. De hecho, Manuel Carballal se quedó tan enganchado con su personalidad que hace solo dos años publicó un grueso volumen en el que desenmascaraba al hombre que evitaba fotografiarse. La tituló La vida secreta de Carlos Castaneda. Y ahora –como un aporte más al recuerdo de mi primer y único contacto con aquellos remotos días– la editorial de Jacobo Siruela acaba de rescatar la obra de Joseph Campbell. Naturalmente, siguiendo el temprano consejo de Castaneda, la he leído. Ahora sé que el verdadero Yoda no fue nunca don Juan, ese imaginario chamán nagual tolteca, sino su infinita capacidad para inventarse una vida falsa. La suya. Pero, ¿qué son los mitos sino auténticas falsedades? ¿Y acaso por ello dejan de ser importantes o influyentes?

En absoluto.

Lean a Campbell. Es mejor que Castaneda. Y sabrán de qué les hablo.