Opinión

De «España suma» a «escaramuza catalana»

Cuando se producen escisiones o la irrupción de nuevos partidos en el mismo espacio ideológico, las primarias pasan de ser gestionadas por los militantes en el ámbito orgánico interno a ser resueltas por los votantes en las urnas. Y hay experiencias de sobra conocidas que confirman que uno más uno nunca suman dos en política.
Pablo Casado ha hecho balance de sus acuerdos electorales con Cs y ha decidido enterrar España Suma. Desea dar la batalla a cara descubierta al partido de Inés Arrimadas, y a Vox. Hace ya tiempo que puso entre sus prioridades absorber al partido naranja e ir recuperando los más de 5 millones de votos que el PP perdió en las últimas citas con las urnas.
En Génova todavía no han olvidado la respuesta de Albert Rivera cuando le propusieron la elaboración de listas conjuntas en el Senado allá donde peligrara la elección de candidatos del centroderecha. Rivera dio un portazo porque entonces creía en el «sorpasso» y aspiraba a sustituir a Casado como jefe de la oposición.
Pero, además, en la dirección genovesa también han pesado las dos experiencias fallidas de colaboración con Cs en Navarra y País Vasco. Navarra Suma, la coalición electoral de UPN, PP y Cs, no dio rédito a la «marca» de los populares. Peor resultado obtuvo el «experimento vasco» con la plataforma PP más Cs. La suma no evitó el descalabro de la candidatura encabezada por Carlos Iturgaiz, mientras los de Arrimadas, sin apenas implantación orgánica y un electorado testimonial, optimizaron el acuerdo logrando dos escaños en la Cámara de Vitoria.
El nuevo escenario surgido de la implosión de Ciudadanos, tras la dimisión de Albert Rivera y los efectos colaterales de la moción de censura de Vox, han llevado al líder del PP a abrir otra estrategia. Su primer examen electoral lo tendrá en Cataluña en febrero. Y, por lo visto, pasa por lanzar una OPA «amistosa» al electorado desencantado de Arrimadas. Todas las encuestas publicadas hasta la fecha vaticinan un batacazo de la formación naranja, que descendería de primera fuerza en el Parlament a tercera o cuarta. Un hundimiento electoral que dejaría sus actuales 36 escaños en una horquilla que va desde los 12 a los 15.
Es en ese «caladero» del constitucionalismo donde el Partido Popular quiere pescar. Hay muchos desencantados con el radical cambio de rumbo de Arrimadas. Su acercamiento a Pedro Sánchez y por ende a la «mayoría Frankenstein» no está siendo bien digerido por su menguante número de afiliados ni por el grueso de votantes, fieles al ADN fundacional de ser dique de contención contra la supuesta superioridad moral del independentismo y de la izquierda complaciente del PSC.
Los populares tampoco pueden dejar de mirar por el espejo retrovisor a su «derecha». Santiago Abascal, según confirman las encuestas en manos de los cuarteles generales de los partidos, crece en Cataluña. Vox está consiguiendo aglutinar la indignación de miles de catalanes que se desencantaron con la gestión de Mariano Rajoy frente al 1-O y la entrega a ERC por parte de Sánchez de las llaves de la gobernabilidad de España. El partido verde estaría pisando los talones al PP.
El «hasta aquí hemos llegado» que Casado espetó a Abascal en la moción de censura va a tener su primer campo de batalla, el catalán. Aparcadas las estrategias para frenar a la izquierda en un frente común, algo que nunca fue una opción viable, lo que ahora va a estar en juego es la recomposición del centroderecha. Seguramente un ensayo con la vista puesta en las generales de 2023.