Opinión

Inclusiva sí, especial también

No necesito ser padre para solidarizarme con los padres que pelean por el bienestar de los suyos. Sospecho, eso sí, que en el debate sobre el futuro de la educación especial olvidamos los puntos cardinales. La «inclusión» es siempre deseable y el sistema educativo español integra en los centros ordinarios al 83% de los alumnos con necesidades especiales. Resta otro 17%. Ese que requiere de cuidados muy especializados porque el primer objetivo pasa por garantizar, en la medida de lo posible, su bienestar físico y emocional y por asegurarse de que la educación potencie al máximo sus capacidades. En los casos de algunos niños con discapacidades, pues estamos ante un colectivo infinitamente diverso, todo empieza porque su cuerpecito no acabe como un fierro. Viva la «inclusión», aunque la «inclusión» no puede situarse por encima de los derechos fundamentales. No es infrecuente que en los centros de educación especial el niño con parálisis cerebral, en cuanto llega por la mañana, reciba un baño que tonifique sus músculos y, con suerte, le permita relajarse y disfrutar de una experiencia sensorial (más o menos) placentera. Salgamos durante un segundo de las cuestiones educativas. Tomen a los niños enfermos de cáncer. También ellos tienen derecho a disfrutar de la mayor «inclusión» posible. Eso sí, antes luce el derecho a la vida. A curarse, si es posible. A no sufrir de forma gratuita, al menos. A menudo el único lugar donde todo esto puede garantizarse es la planta de oncología de un hospital pediátrico. De vuelta a la educación, con los derechos de los niños entre ceja y ceja, añadir que los centros de educación especial no son hospitales. Donde conviven personas muy diversas, los niños no están aislados y el ratio educador/alumno, y las posibilidades terapéuticas del centro, multiplican en magnitudes inmensurables las de cualquier centro ordinario. Piensen en las dificultades actuales para atender incluso a los chicos sin discapacidad y/o con familias más o menos estructuradas. No digamos ya esos pequeños, prófugos de la miseria, absentistas perdidos, rebotados hacia la especial porque en sus colegios ordinarios, masacrados por años de restricciones presupuestarias y caprichos ideológicos, nadie logró alfabetizarlos. Imaginen lo que sucederá en el caso de unos niños con unos problemas tan acuciantes que requieren de forma continua de terapeutas altamente especializados. Ahora mismo, España 2020, con los recursos disponibles, no en Jauja, no en un mundo ideal de medios inagotables, ríos de miel, cielos de arcoíris y sonrosados unicornios, la integración de la mayoría de los niños con alguna deficiencia es todavía bastante complicada. A ver si ahora, para tratar de remediar la injusticia cometida con esos niños afectados por ciertas discapacidades, derivados a la especial porque los centros ordinarios no eran capaces de ayudarlos, vamos a fastidiar a todos. Si descorchan el veneno implícito en la nueva ley, tan cuqui como insensible, los centros de educación especial morirán desangrados y los partidarios del ideal, surfistas de la utopía, prevalecerán sobre los derechos de los niños. En el altar del dogma, ¡la inclusión total!, quemaremos la poca o mucha inclusión posible.